Entre las secuelas económicas de la pandemia, figura la caída en desgracia de muchos pequeños negocios que, ya de por sí, se tambaleaban ante la dificultad de hacerse un sitio en la estructura productiva. También son muchos los autónomos y trabajadores en paro que ven seriamente amenazados sus parcos ingresos o han entrado directamente en estado de necesidad. En tanto que diversas organizaciones y movimientos solidarios intentan limar las aristas más punzantes del trance, no faltan quienes alivian su aflicción por caminos inciertos, como el asalto a la propiedad ajena o la apropiación indebida de ayudas.

La omnipresencia del Quijote eclipsa la trayectoria de otros peculiares personajes cervantinos, Rinconete y Cortadillo, quienes no dudaban en encomendarse a la virgen y a los santos en apoyo de sus enredos y fechorías. Varios siglos después perdura aún vigente con plenitud la figura del pícaro, siempre dispuesto al atajo en propio beneficio, a despecho del perjuicio que puede deparar su proceder egoísta. Pero, a pesar de todo, un halo mágico envuelve a estos taimados granujas, como si ellos fueran víctimas y no golfos, incluso cuando su actividad provoca que otras personas más responsables y escrupulosas se queden privadas de recursos muy necesarios. Son paradojas de la vida, irreconciliables con un reparto equitativo de las cargas, que se manifiestan tanto en lo importante como en lo que puede parecer más trivial: las muestras de extralimitación y falta de respeto hacia los demás, harto más lamentables cuando el sufrido paciente es un anciano u otra persona también vulnerable.

Pero aunque a veces los pillos resulten simpáticos, no hay que llamarse a engaño, pues, tras su máscara, no encontraremos en el pícaro sino a un astuto truhán, al acecho mientras se mira el ombligo.

*Escritora