La Liga transcurría peligrosamente y las jornadas pasaban sin encontrar lo que buscaba. Hasta que un día, Natxo González gritó eureka. Lo había perseguido con afán, probando por aquí y por allí, una cosa y su contraria, con unos jugadores y con otros. Hasta que un día, inesperado para la mayoría, dio por fin en el clavo. A la vuelta de las vacaciones de Navidad, el peor pasaje personal de la temporada según confesión propia, el técnico acertó con la fórmula de la felicidad. El Real Zaragoza empezó a ganar partidos y a protagonizar una resurrección histórica desde el punto de vista estadístico y muy meritoria desde el profesional, a contracorriente y sin apenas fieles que creyeran en ella.

Natxo González basó la recuperación en un once muy definido, con escasas piezas en movimiento. Cristian Álvarez, Benito, Grippo, Perone, Lasure, Eguaras como cerebro en solitario de la idea, Zapater y Guti en los carriles interiores para asegurar respuesta física, Febas en la punta del rombo y Borja Iglesias acompañado por Pombo arriba, otra de las decisiones claves: acercar al canterano al gol. La respuesta de Jorge fue magnífica.

Con el paso de los días y el consiguiente desgaste, en el equipo han ido entrando Verdasca y Mikel en el centro de la defensa, la zona más volátil, Buff en la mediapunta y Ros en el centro del campo. Su respuesta ha sido habitualmente buena. Ahora, el Real Zaragoza enfrenta las últimas siete jornadas, decisivas para meterse en promoción. Hay jugadores intocables, otros que mantienen una regularidad encomiable y también quienes sufren la erosión en sus picos de forma. Los Buff, Papu, Toquero o Delmás han de estar preparados. Las opciones de ascenso también pasan por su rendimiento.