Las sociedades actuales han adquirido un grado de complejidad enorme y creciente, algo lógico por otro lado, ya que cuanto más avanzan la ciencia, la técnica y la organización social más inabarcable resulta el conocimiento para una persona y mayor especialización requiere para comprenderlo. Al mismo tiempo, estas sociedades se rigen por elecciones democráticas en un contexto de hipercomunicación que también resulta inabarcable al menos a escala del ser humano. Esta situación en la que el debate público se lleva a cabo a través de los medios de comunicación y de las redes y está dirigido a la masa democrática que lo consume cual telenovela, explica fenómenos como el del pin parental. Es un tema insulso, absurdo de hecho. Sin embargo, a Vox se le ocurre proponer esta chorrada y se monta un revuelo que dura semanas y cuya influencia real es ridícula. La causa de que sea algo tan polémico no es que tenga posiciones muy encontradas (que también), sino que es un tema del que todo el mundo se siente capacitado para hablar, opinar e incluso darse golpes en el pecho y decir: «A mis hijos los educo yo». Estas polémicas son comparables a cualquiera que se monta por las declaraciones de menganita que eran ofensivas para fulanito y acaparan el debate público porque nos permite opinar haciéndonos hinchas de uno u otro en cuestiones simples, simbólicas, intrascendentes y sin apenas repercusión para la vida: ¿se reunió Ábalos con Dercy?, ¿le cambiamos el nombre al pabellón Príncipe Felipe?, ¿debe el alcalde ir a la ofrenda con banda?, ¿debe retirar Torra el lazo amarillo del balcón? Ante todo esto solo puedo decir: «No te lo perdonaré jamás Manuela Carmena».

Noticias de estos días, como la propuesta del PNV de eliminar el impuesto de patrimonio que supondría regalarles a los ricos 1.300 millones de euros, o la nueva regulación para las empresas gasistas, que podría bajar las tarifas del gas a millones de familias, apenas se conocen y mucho menos se debaten ni pública ni privadamente, pues son aburridas y complejas. El problema es que la sociedad que viene, con coches autónomos, robots y ordenadores cuánticos, no tiene pinta de ser más sencilla que la actual y si el debate democrático por su necesaria sencillez se restringe a temas menores, ¿quién debatirá y decidirá sobre los temas que cambiarán nuestras vidas? ¿Se sostendrá la democracia?

*Profesor y economista