La política no es una ciencia, es un arte, y como tal depende de muy diversos elementos. Uno de ellos es el equilibrio, entendiendo por tal diseñar y llevar a la práctica sistemas de actuación política en los que la firme convicción en las ideas propias no ahogue el diálogo con otros. Y por otros entiéndase no sólo políticos de ideas diferentes, sino también la ciudadanía.

Si al menos una parte importante de ésta tiene la impresión de que es un convidado de piedra en un espectáculo que en definitiva le pertenece, entonces no es extraño que cuando le corresponda votar ajuste cuentas con aquellos que le trataron con esa condescendencia tan abominable que es el yo sí sé lo que le conviene, y no usted, que no sabe lo que es el mundo de la alta política . Y que se las ajuste incluso aunque sus políticas hayan dado resultados satisfactorios en apartados muy importantes, como puede ser la economía.

El Gobierno presidido por José María Aznar trató de esa manera durante los últimos cuatro años a la sociedad española. Habida cuenta de semejante hecho, ¿es sorprendente que haya perdido las pasadas elecciones, en un momento, además, en el que la razón y el corazón anduvieron de la mano más, probablemente, que en cualquier otra ocasión pasada?

Y SI UN FACTORdestacado en la derrota sufrida por el Partido Popular es que una parte importante del electorado sintió que su opinión no había sido tenida en cuenta, sobre todo en la participación española en la guerra contra Irak, esto es, en haber elegido la vía estadounidense para combatir el terrorismo, entonces habrá que concluir que de ahora en adelante nuestros responsables políticos no podrán --o no deberían-- olvidar que el diálogo, el tomar en cuenta la opinión de la sociedad, forma parte destacada de la práctica y arte de la política y del gobierno.

Se trata, en realidad, de una lección que ya deberíamos haber aprendido, toda vez que los últimos años del Gobierno de Felipe González no estuvieron libres de una práctica política ensimismada en sí misma. Ahora ha sido peor: una caída más rápida y un choque más brutal y dramático.

Tenemos que aprender, de una vez por todas, que el diálogo y el hacer sentir al interlocutor que sus puntos de vista son considerados y apreciados forman parte indisoluble de la práctica política. Nuestra democracia es todavía joven, y en ella no se ha enquistado aún firmemente la virtud del diálogo.

Ahora nos encontramos ante una oportunidad histórica. La oportunidad de implantar un nuevo estilo de hacer política, un estilo en el que el Ejecutivo no se sienta dueño, sino siervo; no vea al otro como enemigo, sino como fuente de posibles ideas interesantes y como depositario de derechos inalienables.

En los últimos meses hemos aprendido (si no lo sabíamos) también otras lecciones muy valiosas: los riesgos de entrar en la órbita política del Gobierno de George Bush. La vía europea no es ni será fácil, mucho menos tener que negociar y dialogar con los gobiernos de Francia y Alemania, pero las ventajas, la coherencia y la nobleza que ello implica, son incomparablemente mayores.

EN SITUACIONESde crisis, en momentos históricos, es cuando más necesario es reaccionar con grandeza, aprender de nuestros errores. ¡Y reconocerlos! El Gobierno presidido por José María Aznar no supo reaccionar con grandeza ni, parece, con total sinceridad en los días que siguieron al 11 de marzo. ¿Ha perdido por ello las elecciones? Muy probablemente sí, pero yo ya no quiero seguir hablando más, ni escuchando hablar más, acerca de si dijo la verdad o no. No me importan los políticos, me importa la política, el respeto a la pluralidad.

Me importa el que se implante en mi país la idea de que el gobernante es permanente responsable ante el pueblo, y que no puede ser insensible a sus opiniones o, simplemente, temores. A mí me importa el presente y, sobre todo, el futuro.

Y hablando de grandeza: tampoco la hubo en el pasado funeral de Estado que se celebró en la catedral de la Almudena por las víctimas del 11 de marzo. Entre esas víctimas las hubo de muy diversas nacionales, y, supongo, confesiones religiosas. El que la Iglesia católica acaparase el funeral se entiende con dificultad. Fue desconsiderado e innecesario.

Una ocasión perdida.

*Miembro de la Real Academia Española y catedrático de Historia de la Cienciade la Universidad Autónoma de Madrid.