La proclama realizada por Mariano Rajoy el pasado jueves en la que relegaba la crisis económica a un fenómeno del pasado sorprendió por su contundencia. Quien ejerce el gobierno del país siempre tiene la tentación de emitir mensajes positivos sobre el futuro y achacar las dificultades a las herencias recibidas. Fiel al guion y a las puertas de año electoral, el presidente aprovechó su presencia ante una granada representación del empresariado para lanzar un mensaje que la prudencia aconseja atemperar.

Es cierto que en las últimas semanas la balanza se ha inclinado a favor del platillo de los elementos positivos. El petróleo está bajando; el euro se deprecia ante el dólar; el Banco Central Europeo da oxígeno con sus medidas expansivas; los augurios pesimistas del FMI sobre la economía global han sido matizados; el consumo interno español repunta, en especial ante la perspectiva de la reforma fiscal que dejará algo más de dinero en el bolsillo del ciudadano, y la política internacional no se ha deteriorado más... Un reguero de datos positivos que no hay que despreciar, pero que conviene aquilatar como factores coyunturales a aprovechar, sin olvidar que todo está cogido con pinzas, como atestigua la brusca caída bursátil de esta última semana.

La situación de la economía mundial es muy delicada. No hay bases sólidas de crecimiento y menos en España, donde las previsiones por encima del 2% no suponen un cambio radical de la situación. El paro sigue superior al 23%; los jóvenes continúan empujados a buscar otros horizontes; se crea muy poco empleo de calidad; la pérdida de poder adquisitivo de los salarios es notable; la deuda pública sigue acercándose al 100%, pese a que es más barato financiarse, y una inflación peligrosamente baja dificulta reducir la enorme deuda privada. El petróleo puede volver a subir; el consumo interno, si no va acompañado de mayor esfuerzo exportador, puede deteriorar la balanza comercial; la incertidumbre política volverá con Grecia, con la fragmentación del Parlamento español, con la cuestión catalana, con Ucrania, etcétera. Lo que hoy parece despejado se puede complicar mañana. Hay que hacer pues un llamamiento a la prudencia y aprovechar la coyuntura. Las lecturas demasiado optimistas nos han llevado a excesos de confianza que hemos pagado muy caros en el pasado.