Sin grandes sorpresas, ni para lo bueno ni para lo malo. Así se puede resumir la primera (y más importante) de las dos jornadas de debate sobre el estado de la nación que ayer celebró el Congreso. El protagonista principal de la sesión, el presidente del Gobierno, ofreció lo que de él se esperaba, es decir, una visión mucho más optimista sobre la situación de España de lo que perciben muchos españoles. Apoyado en las cifras macroeconómicas, Mariano Rajoy insistió en que se ha superado el peor momento de la recesión, y aunque no cayó en la tentación de atribuir a su Gobierno todo el mérito, obvió que España se ha beneficiado de decisiones de ámbito internacional. Elogió la entereza con que los ciudadanos soportan la crisis, pero no reconoció que si hoy viven peor es por los recortes sociales --ahora obra de su Gobierno, antes del socialista-- y por la ausencia de medidas eficaces para reducir el paro, el principal de los problemas que tiene planteados el país y el que está en el origen de las mayores desigualdades sociales. Fue Alfredo Pérez Rubalcaba (PSOE) quien denunció con contundencia el agravamiento de las desigualdades sociales.

TARIFA PLANA

Fue precisamente en este ámbito donde Rajoy anunció una medida concreta: una tarifa plana de 100 euros en la cotización a la Seguridad Social para los empleos fijos de nueva creación. Es una iniciativa que se mueve, en principio, en la dirección correcta, al abaratar la contratación estable para los empresarios en vez de penalizar los salarios de los trabajadores. Todo ello, a reserva del impacto que esta medida tenga sobre el déficit. Lo mismo cabe decir de la exención del pago del IRPF por quienes cobren menos de 12.000 euros al año, reforma que no entrará en vigor hasta el próximo año pero que el PP espera rentabilizar políticamente en las elecciones europeas del 25 de mayo, su objetivo táctico más cercano. Donde el debate no aportó ninguna novedad fue en el contencioso catalán. Rajoy se ciñó a su guion : rechazo a la consulta y oferta de diálogo sobre todo lo demás. Ni la apelación de Rubalcaba a afrontar el problema con coraje, ni la de Duran Lleida a explorar el diálogo sobre la consulta, hicieron que el presidente se inmutara. El debate sobre el estado de la nación, así, no aportó solución alguna al principal desafío político que afronta España.