Alemania es un país capaz de lo mejor y de lo peor. Ya dio un ejemplo de visión y compasión cuando abrió las puertas a centenares de miles de refugiados durante la crisis de 2015. No fue un acto tan desinteresado como puede parecer, pero ha resultado un éxito: La Agencia Federal del Trabajo ha explicado que casi la mitad de los refugiados que llegaron a Alemania entre 2013 y 2016 ya tienen trabajo, generan sus propios ingresos, contribuyen a las arcas del Estado y han refrescado el perfil demográfico. Esto no ha sido gratis. El Estado ha contribuido con programas de ayuda, de enseñanza del idioma, de integración. Ahora, Alemania lo ha vuelto a hacer. Su Gobierno comunicó el lunes que va a acoger a unos 1.500 niños gravemente enfermos o desamparados de los campos de refugiados de las islas griegas. Imaginen el infierno de vivir allí, después de haber huido de un país devastado por la guerra. Pues ahora imaginen ser un niño enfermo, o no tener padres y estar a merced de los depredadores que pululan siempre alrededor de las desgracias. «El orden y la humanidad son dos aspectos que deben ir de la mano», apunta el Gobierno alemán, e insiste en que la solución para los refugiados debe adoptarse a escala europea. También 140 ciudades alemanas se ofrecieron la semana pasada a acoger refugiados ante la escalada de la crisis en la frontera turco-griega. ¿Y en España, qué hacemos? Tenemos un gobierno que se llena la boca con los derechos humanos. Y este país necesita niños. Y esos niños, que son muchos más de 1.500, nos necesitan a nosotros de inmediato. Pues menos polémicas estériles con el feminismo o Venezuela, y pensemos como Alemania, con orden, pero también con humanidad.

*Periodista