Si hace escasos días planteábamos desde aquí la necesidad de que la Universidad pública aragonesa afronte con enfoques positivos la irrupción de centros privados, hoy es preciso advertir que la capacidad para competir de los campus oficiales (cuya superioridad en todos los aspectos es abrumadora) debe combinarse con criterios racionalizadores que, por ejemplo, permitan ordenar las titulaciones ofrecidas y ajustarlas en alguna medida a la demanda social objetiva.

No parece normal que algunos estudios tengan matrículas tan exiguas que su existencia se convierta en un aparente lujo. El caso de ciertas disciplinas de Humanidades con un sólo alumno matriculado (a veces, con ninguno) roza lo absurdo y mucho más si semejante situación se da en alguno de los campus periféricos que duplican la oferta de las facultades centrales . Una cosa es descentralizar los servicios universitarios y otra muy distinta convertir esa descentralización en un despilfarro evidente de recursos.

Para que la Universidad pública siga ganando prestigio social y mantenga su imprescindible liderazgo en la enseñanza superior debe utilizar racionalmente los medios de que dispone. Esta también es una asignatura pendiente.