Cuando visitas Cuzco en Perú, oyes a los guías repetir a los turistas cómo los españoles desembarcaron en 1532 y arrebataron los tesoros a los incas arrancando incluso el oro de las paredes de los templos. Es curioso que teniendo como tenemos bastantes españoles dificultades para identificarnos con la idea de patriota y mucho más con la de patria, al oír estas descripciones de los conquistadores sanguinarios peguemos un respingo y nos sintamos aludidos. No es porque justifiquemos la postura de los colonizadores de hace 500 años a los que poco o nada nos une, sino porque el término españoles en un país extranjero y pronunciado delante de otros forasteros, sentimos que nos señala. Algo similar deben sentir los alemanes cuando se habla de las atrocidades nazis. Uno carga con la culpa y la vergüenza de quienes vivieron antes y actuaron en nombre de su país, aunque naciera mucho después.

No hay otra forma de combatir la malos recuerdos que indagando en ellos, particularmente los traumáticos. En el Perú de hoy, sea porque resulta un reclamo para el turismo, sea porque todavía contiene fuertes tintes identitarios, las culturas precolombinas están muy presentes. Es paradójico, pues los verdaderos herederos de esas culturas y sus artífices, no disfrutan de prestigio ni de posiciones más ventajosas socialmente, sino todo lo contrario. La apariencia física de las personas, su origen campesino, amazónico o andino, marca en gran medida su destino y sus posibilidades de desarrollo.

Estos días que empieza el curso escolar, en la prensa de Lima se pueden leer anuncios de exclusivos colegios entre cuyos requisitos obligatorios para los alumnos está «altura por encima del promedio de su edad». En España nos preguntaríamos: ¿por qué un colegio solo para niños altos? ¿Es que los preparan para la NBA? En Perú la explicación es sencilla: la gente que no desciende de europeos, es decir que no pertenece a la clase alta, tiende a ser bajita.

Faustino, el taxista que nos llevó al Valle Sagrado, nos explicaba en su perfecto español, que solo en los últimos años ha aprendido nuestro idioma, pues el suyo es el quechua, el que se habla en su comunidad arriba en la montaña. Pero arriba en la montaña no hay posibilidades de escapar a la pobreza y se ha visto obligado a emigrar a la ciudad. Hacia 1940, alrededor de un 65% de los habitantes de Perú vivía en los Andes. En la actualidad, únicamente un 25% de la población es rural, mientras el censo de Lima se multiplica hasta los 10 millones de habitantes, casi un tercio de la población total del país. Alrededor de los distritos más tradicionales como son Centro, San Isidro, Miraflores o Barranco, se extienden inmensos barrios con unas viviendas rudimentarias sin planificación urbana ni infraestructuras. Allí se van acumulando los que no pueden vivir dignamente ni en la sierra, ni en la selva, ni en la costa.

Perú depara muchas buenas sorpresas para el visitante. Además de la calidad humana de sus gentes, provengan de donde provengan, de la diversidad y belleza de sus ecosistemas, hay excelentes iniciativas donde aprender para quien quiera conocer el país más a fondo. Un ejemplo es el Museo Larco en Lima. En él se nos explica que, en contra de lo que afirman los guías, los españoles se llevaron mucho oro y plata sí, pero procedente de las minas. Los incas, mochicas, chimus y demás eran experimentados orfebres y en muchas de sus piezas utilizaban aleaciones con una presencia muy pequeña de metales nobles. Los paneles de oro que revestían los santuarios incas de Cuzco y que los españoles enviaron a España, posiblemente no contuvieran apenas oro.

Pero, ¿qué perdieron las culturas andinas si no era oro? Muchas más cosas: un modo de vida, una manera de interpretar el mundo y de relacionarse con el entorno. Si hoy todavía pesa a los peruanos la pérdida, no es por el oro en sí, reemplazable, ni por los altares, fortificaciones y palacios que derribaron frailes, monjes y sacerdotes católicos para levantar encima sus apabullantes catedrales, conventos e iglesias. Es porque con ese oro se llevaron una cultura, lo que vale mucho más.

No es de extrañar que se reivindique el orgullo de ser indígena cuando se paga un precio tan alto por serlo. Lo que extraña es que se apunte a los conquistadores y colonizadores, que sin duda masacraron poblaciones con crueldad e indiferencia, como el enemigo, cuando el enemigo, casi dos siglos después de la independencia, ya no son ellos, está dentro. Son la desigualdad, el racismo, la miseria, la mala política.

*Escritora y guionista