Encadenamos días donde la actualidad rompe sus moldes habituales para transformarse en un fluido a veces lubrificante a veces corrosivo. Ayer sucedieron al menos dos cosas muy importantes. La primera que la Diada catalana puso otra vez sobre la mesa la naturaleza real de un problema político que no debe resolverse con acciones unilaterales, pero tampoco se arreglará con ciento cincuenta y cincos y procesos penales por rebelión. La segunda, más doméstica pero no menos significativa, se refiere al máster de la ministra de Sanidad y al hecho de que dicha señora dimitiese, abrumada, tras una fugaz y patética resistencia.

Empecemos por lo último: Sánchez corrigió sobre la marcha el que podía haber sido su mayor error. Al hacerlo, ha puesto contra las cuerdas a Casado, beneficiario de un máster igualmente tramposo, y sobre todo ha convertido el «y tú más» (más corrupto aún) en «y yo más» (más estricto con las exigencias éticas y estéticas). Desde esta perspectiva, que ya se hayan caído dos ministros del actual Gabinete no es un desdoro, sino la prueba de que la espesa atmósfera creada por las corruptelas y la corrupción política sí puede aclararse. Sólo hace falta generar un nivel de exigencia adecuado. Las izquierdas, a trancas y barrancas, están en ello. ¿Y las derechas, qué?

La Diada, por supuesto, dejó fuera de juego a la Cataluña no secesionista. Pero demostró, una vez más, que la otra mitad, la que aboga por la república independiente sigue firme, muy movilizada e inasequible al desaliento. Mucho más que la otra, mal que nos pese. Ante tal evidencia, las derechas piden mano dura, severa acción judicial, intervención y desmantelamiento de la Generalitat y suspensión de facto del Estatut y por supuesto de las elecciones al Parlament. Las izquierdas, metidas en un conflicto ajeno a su idiosincrasia, oscilan entre la voluntad de afrontar con inteligencia la cuestión de la consulta y el derecho a decidir, y la evocación en abstracto de un diálogo inconcreto. Mientras, los jueces deciden y la política se esfuma. Y así no vamos a ninguna parte.