De vez en cuando salta el rumor del trasvase del Ebro. Desmontado el plan hidrológico nacional inspirado por José María Aznar, que contemplaba como pieza fundamental, y casi única, el trasvase del Ebro a las Comunidades de Valencia, Murcia y Andalucía, y tras más de diez años sin menciones notables al respecto, en los últimos días ha vuelto a aparecer con mucha fuerza el fantasma de un nuevo plan de trasvases.

En general, los políticos suelen llamar con nombres rumbosos («plan hidrológico nacional»), a lo que en realidad no es otra cosa que llevar agua de una cuenca fluvial a otra. En cualquier caso, estos temas suelen abordarse siempre desde posiciones maximalistas, y por tanto muy simplonas, en las que defensores y detractores de los trasvases suelen aludir como argumentos supremos a los sentimientos y a los agravios, por parte de los perjudicados, y al desarrollo económico y a la solidaridad por parte de los posibles beneficiados.

Pero nunca se ha abordado con seriedad, rigor y sentido común un plan nacional que afronte el problema del agua en España. Este país tiene un régimen de lluvias propio de regiones mediterráneas, con enormes variaciones estacionales e interanuales en las precipitaciones, que provoca que en comarcas como la de Cariñena, por ejemplo, pueda haber una variación en el volumen total de precipitaciones de más del 50% entre dos años consecutivos.

La mayoría de los expertos independientes aboga por la unidad de cuenca y el uso racional del agua, y advierte que los trasvases son muy caros, ecológicamente insostenibles a medio plazo y de complejo mantenimiento. Pero algunos, especialmente los especuladores inmobiliarios en las zonas de costa y las grandes empresas constructoras, engañan al personal haciendo ver que llevar agua de una cuenca a otra, desde el embalse de Mequinenza, por ejemplo, a las costas de Murcia, es cosa fácil, como si bastara con colocar una tubería, una llave de paso y un grifo, y como en los mapas se representa el norte arriba y el sur abajo, el agua «caerá» por su propio peso. Lo que no dicen es que para llevar el agua del Ebro a lo largo de quinientos kilómetros por toda la costa mediterránea, es necesario bombearla más de una docena de veces; a ver si no cómo pasa de un valle a otro en la compleja orografía levantina. Porque a las grandes empresas del cemento les importa una higa otra cosa que no sea construir pantanos, tirar tuberías y levantar estaciones de bombeo, pues es ahí donde obtienen sus grandes beneficios.

*Escritor