Fue en 1568. El duque de Alba, de común acuerdo con Felipe II, ejecutó en Bruselas al duque de Egmont, que era católico, afortunadísimo general al servicio del mismo rey que le había sentenciado y quizás el personaje más relevante de Flandes... Pero, ¡ay!, no estaba a favor de implantar la Inquisición en aquellos territorios (para desencadenar una dura represión contra luteranos y calvinistas) ni de subordinar absolutamente los intereses de los Países Bajos a las ambiciones particulares de los Habsburgo (nuestros Austrias). Ya saben lo que pasó despues: la rebelión de las provincias holandesas desató una guerra que arruinó a los reinos hispanicos y acabó en derrota. Eso sí, tanto el rey como el duque que perpetraron el error de querer sojuzgar a los flamencos por las bravas siguen siendo símbolos excelsos de la España más negra y reaccionaria.

La historia indica que cuando los muy españoles agitan sus banderas y lanzan al viento sus vivas y mueras, algo malo le va a pasar a este país nuestro. Sucedió tras el criminal fusilamiento de Rial, el patriota filipino, y la brutal campaña del general Weyler en Cuba. Esa sangrienta firmeza, saludada con entusiasmo por los ultrapatriotas de la Península, precipito la catástrofe del 98 tras producirse la intervención norteamericana. ¡Bah!, escribían los diarios conservadores de Madrid y Barcelona, ¿cómo podrán vencer las escuadras yanquis a los descendiente de los héroes de Lepanto y Trafalgar? Patético y risible, sí... Si no fuera por los miles de jóvenes españoles (de las clases populares, que los hijos de los ricos se libraban pagando) sacrificados a una exaltación nacionalista de opereta. En ultramar, primero, en Marruecos después: en el Barranco del Lobo, en el desastre de Annual, en la retirada de Xauen. También en esa guerra civil donde los nazis alemanes y los fascistas italianos perfeccionaron sus técnicas de bombardeo a objetivos civiles.

Oigo gritar «¡Viva España!», y tiemblo por España. Escucho las bravatas (también las de los secesionistas catalanes, por supuesto) y sé que nos encaminamos a otro desastre.