Desde que la humanidad los inventó, los números se han convertido en el lenguaje universal. Todo es numérico. El dinero fue y es el primer orden universal. No todo el mundo cree en Alá, ni en el comunismo, ni en los derechos humanos, pero todos, sin excepción, creen en el dólar. Eso dice Yuval Noah Harari, experto en procesos macrohistóricos, en su ensayo Sapiens. Un libro para ver las cosas desde otro ángulo. De obligada lectura. Cuando los niños del baby boom, entre los que me cuento, tengamos 80 años, viviremos en uno de los países más envejecidos del mundo.

El mundo. Ese balón superpoblado. En el año 2050 seremos 10.000 millones. Con los mismos recursos, o casi. En los países subsaharianos donde hoy se vive hasta los 55 años, se podrán alcanzar los 65. ¿Adivinan en qué parte del mundo se llegará holgadamente a los 85? Ergo: la gente continuará migrando, muriendo en viajes inhumanos en pos de una felicidad que tal vez no existe.

Ya sé que si fuera tan fácil no se resolvería en una columna, pero ¿no parece más sensato cambiar de punto de vista? Por ejemplo, felicitarnos por ser uno de los pocos países que no crece sin control. Aprovechar esta circunstancia para acoger a aquellos que no tienen futuro. Invertir en sus países de origen, para que puedan tenerlo. Dejar de imaginar que el mundo se divide en fronteras y seres humanos diferentes.

Lo sé, lo sé, los hooligans del capitalismo me acusarán de utópica. Pero, puestos a apostar por invenciones, prefiero creer en la utopía que en la macroeconomía. H *Escritora