Una segunda parte nefasta anoche en Granada dio al traste con una temporada magnífica de baloncesto y emoción para Zaragoza. Tras la derrota en el último partido de la eliminatoria definitiva, el CAI deberá esperar un año más para regresar a la categoría que merece: la ACB, y tendrá que hacerlo aprendiendo de los errores de esta temporada. Vaya por delante que la temporada del CAI merece el aplauso de quienes aspiramos a que los equipos aragoneses se sitúen en la élite. Pero también merece una reflexión. Si para muchos equipos sería un éxito haberse quedado a ocho canastas de la gloria, el CAI, por ciudad, por historia, y por afición, ha de mostrar aspiraciones más elevadas. El tercer año de tránsito por la liga LEB, el próximo, ha de ser el último. Y para conseguirlo se necesitará acierto con los fichajes y planificación. No es que no la haya habido este año, puesto que el equipo demostró una gran fortaleza en el ecuador de la campaña. Pero al final, la plantilla ha llegado fundida, y los refuerzos de última hora aprobados por la directiva no han supuesto un salto cualitativo suficiente, con un Alfred Julbe que no siempre ha sabido interpretar con su acreditada solvencia las limitaciones tácticas, físicas o técnicas de su plantilla.