Ahora que se han vuelto a poner de moda los chistes sobre Carrero Blanco, que tan habituales fueron en la época de la Transición, algunos de ellos en la pluma de insignes humoristas como Tip y Coll, no me cabe ninguna duda de que el chiste de un más acentuado humor negro sobre su figura es el que nos ha contado esta peculiar democracia que vivimos y que ha hecho de este Almirante golpista y franquista una víctima del terrorismo. Resulta sarcástico que uno de los pilares de un régimen criminal como el franquista, construido a sangre y fuego, un régimen que asesinó hasta el final de sus días, pueda ser considerado como víctima del terrorismo. Sarcasmo que se extiende a otras siniestras figuras, como el torturador Melitón Manzanas, cuyas innumerables víctimas no merecen la consideración de víctimas del terrorismo. ¿Sería pensable que en Alemania alguno de los jerifaltes nazis pudiera ser considerado como víctima del terrorismo? A los alemanes, probablemente, les parecería un chiste, pero de muy mal gusto.

Una democracia que se precie no puede conceder un título tan honroso como víctima del terrorismo a sujetos cuya tarea fundamental ha radicado en aplicar la violencia más descarnada para sumir en el miedo a la sociedad, es decir, que han aplicado el terror del que, paradójicamente, se les hace víctimas. Víctimas del terrorismo lo son Miguel Ángel Blanco o Fernando Buesa, entre muchos otros, que fueron asesinados con vileza por quienes no aceptaban las reglas del juego democrático. Como también lo son, aunque no se les conceda ese título, los miles de españoles y españolas enterrados en cunetas por la feroz dictadura de la que Carrero fue brazo ejecutor.

Vivimos tiempos tremendamente preocupantes en lo que respecta a la deriva de las libertades en nuestro país, entre ellas la de expresión. Hemos sido testigos, en ocasiones perplejos, de procesos judiciales contra titiriteros, contra cantantes, contra cargos políticos que, afortunadamente, han acabado en la absolución de los encausados. Pero en ellos hemos podido comprobar la saña y la estulticia de los dirigentes del Partido Popular, que se han apresurado a reclamar, de modo delirante si nos atenemos a los hechos, que recayera sobre estas personas, como dijo Alfonso Alonso, «todo el peso de la ley», por presunta apología del terrorismo o humillación a la víctimas. ¿Cómo puede ser apología del terrorismo que en una obra aparezca un cartel que rece «Viva Alka-eta»? Es como si se juzgara por apología del nazismo a un actor que, en una película, gritara «Viva el Führer».

El último episodio de esta preocupante agresión a la libertad de expresión viene a cuento de unos chistes sobre Carrero publicados por una twittera. Al parecer, la Guardia Civil los detectó en la red y los remitió a la Fiscalía, que pide pena de prisión y de inhabilitación para la muchacha. Se me ocurren muchas preguntas, como por ejemplo, si la Guardia Civil no tiene preocupaciones más relevantes que analizar chistes en internet; o qué mueve a un fiscal a solicitar pena de prisión por unos chistes; o que cómo es posible que nuestra democracia haya retrocedido tanto, hasta el punto de que lo que no fue delito en la Transición sea considerado tal en la actualidad.

Son, desgraciadamente, muchos los síntomas preocupantes en nuestra sociedad desde que el PP, una vez quitada la máscara ideológica, haya decidido llevar a cabo una política tremendamente represiva. La movilización, la opinión, todo es susceptible de delito para el Partido Popular. En el fondo lo que late es la nula convicción democrática de este partido, forjado desde la entrañas de la dictadura e incapaz de romper con ese pasado al que, por el contrario, ensalza cada vez que tiene ocasión. Su objetivo es evitar que el malestar ciudadano se manifieste abiertamente. En definitiva, la estrategia del miedo, que nada tiene que ver con sociedades democráticas.