En estos días de mal agüero estamos tan ocupados, siguiendo las noticias sobre la maldita epidemia, que se nos escapan otras francamente preocupantes. Por supuesto, el coronavirus es una emergencia sanitaria y, ante una situación así, todo lo demás pasa a segundo plano. Está bien que así sea y probablemente no puede ser de otra forma, pero lo cierto es que el dichoso coronavirus acabará siendo controlado más pronto o más tarde, que haremos recuento de sus víctimas y la vida seguirá. Hay, sin embargo, otros virus que actúan sobre nuestra sociedad desde hace tiempo sin que se adopten las medidas necesarias para aislar de ellos a la población, a pesar de que se conoce perfectamente el foco del que proceden y sus efectos. Que no son directamente letales para las personas, pero sí para la democracia.

Estoy pensando, sin ir más lejos, en la lamentable deslealtad con la que se ha comportado, en una situación tan delicada, la derecha española. Y, cuando digo la derecha, me refiero a la que consideramos como derecha democrática (a los de Vox los dejo por imposibles) y, más concretamente, al Partido Popular y a su presidente, Pablo Casado.

La actuación del jefe de esta (des) leal oposición, tras el Consejo de Ministros que adoptó drásticas medidas contra la epidemia, puede merecer muchos calificativos, pero todos se resumen en uno: miserable. Porque miserable hace falta ser, y mucho, para faltar a la más elemental decencia política que señala la conducta debida en casos de emergencia, cuando el gobierno de tu país tiene que enfrentarse a una amenaza que afecta a todos tus compatriotas. En una guerra, tras un grave atentado terrorista, o ante una epidemia que puede afectar a muchos españoles, cualquier gobierno tiene que asumir la dirección política del país para evitar las peores consecuencias. Y la oposición tiene que aparcar sus intereses particulares para respaldar a los gobernantes a quienes les ha tocado ( en las urnas ) asumir esa responsabilidad. Incluso si discrepa sobre lo que están haciendo, la lealtad obliga a manifestar esas discrepancias en su momento, para no generar alarma entre la ciudadanía.

O sea, todo lo contrario de lo que ha hecho el señor Casado. Por si no nos causaron suficiente inquietud las medidas que anunció el presidente Sánchez, corrió a proclamar (sin aportar evidencias) que no van a servir de nada, que son meras tiritas y que nos encaminamos a una catástrofe sin precedentes por culpa de un gobierno incapaz. Es decir que, cuando hay que pedir a los ciudadanos que cumplan las instrucciones de las autoridades sanitarias, que hagan un ejercicio de unidad y solidaridad para enfrentarse al virus mortífero, el señor Casado les invita a no hacer caso de esas instrucciones porque, dice, son inútiles. Patriota como el que más.

Qué diría el Sr Fraga ( Don Manuel ) si levantara la cabeza y viendo la actuación de su bisnieto político. Aquel dirigente que venía del franquismo nos dejó discursos inolvidables para los que asistimos a ellos, discursos y tomas de posición en las que siempre antepuso los intereses de España a los de su partido en temas vitales como la Constitución, el terrorismo o el ingreso en la Comunidad Europea. A él sí le venía bien el traje de patriota… a su lejano heredero le viene muy ancho.

Pero no nos engañemos: Pablo Casado no es, ni mucho menos, heredero de Fraga. Las ubres ideológicas de las que se amamantó pertenecen a José María Aznar, paradigma de la mezquindad en política como dejó acreditado en todas las ocasiones en las que tuvo ocasión de hacerlo, del chapapote a las Azores, del Yak al 11-M. Una mezquindad que se resume en elegir siempre lo que piensa que puede favorecerle sin reparar en el daño que pueda hacer a su país: lo único que importa es deteriorar al adversario. Unas enseñanzas que Pablo Casado aplica con un esfuerzo digno de mejor causa.

Ese nefasto virus de la mezquindad en el PP viene, pues, de largo, con una clara mejoría cuando Mariano Rajoy consiguió deshacerse de la herencia de Aznar y quitarse de encima a los representantes más destacados de esa forma de hacer política, como Acebes o Zaplana. Pero, desde su fortaleza de FAES, el aznarismo acechaba el momento de volver al poder, y encontró su oportunidad tras la moción de censura que retiró a Rajoy. En esas estamos.

Mezquindad e insolidaridad que nada retrata mejor que la decisión del matrimonio Aznar-Botella de abandonar Madrid (contra todas las recomendaciones sanitarias) para refugiarse en su lujoso chalé marbellí. Sin importar el riesgo que puedan suponer para sus vecinos. Otro patriota dando ejemplo.

Y, dado que Casado y el propio Aznar se llenan la boca cuando descalifican a otros con la palabra populismo, digámoslo con todas las letras: el populismo consiste precisamente en esa falta de lealtad institucional que ellos practican. Atemorizar a la población sin reparar en las consecuencias y, a continuación, culpar al adversario político de todos sus males es la esencia del populismo y la ultraderecha lo practica sin rubor. Queda claro que también lo practican quienes se apropian de la Constitución con tanto desparpajo.

No soy quién para hablar del coronavirus, pero sí del populismo. Y sé que la mejor manera de combatirlo es aislarlo haciendo oídos sordos a sus discursos alarmistas e insolidarios. Es mi recomendación a los lectores.

*Miembro de Attac Aragón