A lo largo de nuestra historia universal ha perdurado el empeño en definir el concepto del arte, en dilucidar su valor y su entendimiento, en cuestionar su existencia y su necesidad. Aunque tengo una dilatada trayectoria como pintora o artista visual -como se define en estos últimos tiempos-, reconozco que no me atrevería a destripar la definición de lo que es el arte porque, posiblemente, caería en tópicos manidos como tantos que lo han intentado. Filósofos como Hegel que se aproximó al decir: El arte es una forma particular bajo la cual el espíritu se manifiesta, Picasso, más pragmático él, dijo que el objeto del arte es quitar el polvo de la vida diaria de nuestras almas. Seguramente la definición del pintor malagueño, llevándola a su función, sea la más cercana y actual, la que mejor define la necesidad de su existencia. ¡Qué sería la vida sin libros, sin cine, sin música, sin lo pictórico y escultórico! y tantas manifestaciones artísticas que nos rodean y nos hacen tener una vida más soportable, posiblemente la sociedad estaría inmersa en un embrutecimiento medievalista generalizado que nos hundiaría en la miseria.

La cultura, implícita en todas las manifestaciones artísticas, es la parte más esencial del civismo y del progreso de una sociedad. Si el arte es contemplado como una actividad humana de creación, este llega a conseguir uno de los estados más sublimes que el ser humano puede alcanzar. Su materialización nos ofrece generosamente ser partícipes de ese nirvana al que llega y transmite el artista. Esa esencia que genera el ser humano, si tiene ocasión de activarla, puede aportar las herramientas necesarias que tanto echamos de menos cuando nuestra civilización se desmorona ante situaciones de conflictos, de desequilibrios y de paroxismos.

Llevamos dos décadas de este siglo y poco hemos avanzado en cuanto a la inversión artística, un apocamiento crónico que impide que el arte adquiera un desarrollo óptimo para que llegue a ser un disfrute opcional de los ciudadanos. Si analizamos la situación en nuestra comunidad, podríamos decir que aunque sea a ralentí, el cine, el teatro, las presentaciones de libros, la música tienen su espacio tanto físico como en los medios de difusión, suplementos culturales y programas televisivos, esto es imprescindible para su existencia, un libro si no se lee no existe, si no se escucha una composición musical, si una obra de teatro no se estrena les pasaría lo mismo. ¿Y los otros, los olvidados, los artistas visuales? escasamente se exhiben en espacios físicos y de difusión. Acercarse a conocer sus trabajos, sus creaciones y sus propuestas, es de necesaria equidad. Si el trabajo de nuestros artistas visuales solo se ve en alguna exposición ocasional y muy espaciada en el tiempo, el olvido de nuestro patrimonio vivo será inminente.

Por otro lado, existen cientos de obras artísticas que se guardan en trasteros institucionales, hacer visible este legado a través de exposiciones periódicas, sería de justicia poética dar a conocer las generaciones de artistas visuales que durante décadas han trabajado y siguen trabajando en nuestra comunidad y que son el reflejo de nuestra historia. No podemos permanecer en un estado de parálisis funcional, el arte no puede estar encerrado o confinado.