A veces uno intenta cabalgar contradicciones y las contradicciones le dan una coz. Es lo que a primera vista ocurrió en el programa Salvados cuando, ante una pregunta que le planteó el periodista, el vicepresidente segundo Pablo Iglesias dijo que Carles Puigdemont era comparable a los exiliados republicanos.

La equiparación resulta para muchos insoportable. Se compara a quienes tuvieron que abandonar su país en condiciones a menudo desgarradoras por defender la legalidad democrática con alguien que vulneró la legalidad democrática y además huyó cobardemente para no responder de sus actos ante la Justicia. Se ponen al mismo nivel la tragedia de miles de personas y el largo y lujoso Erasmus de un delincuente, el hambre y los campos de refugiados por un lado y una mansión y privilegios por otro. Se igualan la guerra y la dictadura con el sistema legal de un Estado de derecho donde Iglesias es vicepresidente del Gobierno.

La yuxtaposición --común en el independentismo-- es útil: muestra que el discurso de la España actual como Estado represivo es ridículo, ofensivo para la razón y para la memoria de muchas personas. Chocan la realidad y la propaganda, la historia y el recreacionismo, las palabras que significan algo y las palabras que no significan nada más que exageración, mentira y propaganda.

Es grotesco, pero no inconsistente. El discurso de Podemos se basa en la impugnación de la España constitucional. El llamado «régimen del 78» es, según ellos, una prolongación del franquismo. Su legitimidad está viciada de origen. La democracia actual es la vía que tuvieron las élites del franquismo para sobrevivir. Para ello fue fundamental la claudicación --o traición-- de la izquierda. Cuando impugna el régimen del 78, Podemos no solo rechaza el pacto: impugna la trayectoria democrática de la izquierda española. No es que insultara su memoria en un programa televisivo: la denigración es permanente. Y, si la democracia actual es la continuación del franquismo, Puigdemont no está tan lejos de un exiliado.

Reclamar al vicepresidente respeto institucional o lealtad a la democracia o es ingenuo. Y en esta ocasión es injusto acusarlo de incoherencia. Iglesias, que ya encarna como pocos la casta que denunciaba, de vez en cuando debe recordar a los suyos y a sí mismo quién es: alguien que aspira a reventar el sistema desde dentro. No todo va a ser ver series. Hay una contradicción pero la contradicción no está en el vicepresidente, sino en quienes lo votan o pactan con él y se sienten ofendidos por su comparación.