La ministra de defensa Margarita Robles ha tenido que desmentir que la guardia civil estuviera preparando un golpe de Estado. El rumor partía de su propio gobierno: Pablo Iglesias e Irene Montero lo habían dicho. Además, el vicepresidente había acusado sin pruebas a Vox de querer dar un golpe de Estado. Acusar a tu rival de traición y sabotaje forma parte del repertorio básico del aprendiz de tirano, pero nada es demasiado tosco en estos tiempos. La acusación a Vox la formuló por primera vez en una Comisión para la Reconstrucción cuyo nombre ahora es básicamente un chiste.

Jorge del Palacio ha señalado que el objetivo de la agresividad de Iglesias es dificultar que Sánchez pueda prescindir de él. Ya no se trata de mostrar, como antes, quién era Pablo, sino recordar quién fue.

La moralización de la política española ha terminado como era previsible: miembros de UP han probado el vértigo agradable de la puerta giratoria y la denuncia de la casta ha terminado con una pareja que comparte chalet y consejo de ministros. Era un quítate tú que me pongo yo, y la obscenidad de la operación no ha eliminado la superioridad moral que mostraban antes.

De forma más dañina, UP es el partido que trajo el odio sistemático a la política nacional. Iglesias fue el primero en apoyar escraches y en señalar a periodistas. En la crisis sanitaria convocaron una protesta contra el jefe de Estado, tras apropiarse de la idea de sanidad pública. Frente a los esfuerzos honestos de la ministra de trabajo, Iglesias ha alimentado conflictos con los empresarios. Conocemos su idea de las instituciones: se trata de convertirlas en instrumentos a su servicio; para él la neutralidad no existe ni como aspiración. No hay periodismo, solo propaganda. También hemos visto su manejo de la pluralidad interna en Podemos. Ha promocionado el lanzamiento de un medio de comunicación dirigido por una exasesora suya. Las instituciones que no se puedan cooptar son enemigos: puede ser la Guardia Civil, puede ser la judicatura. El mecanismo no es solucionar los problemas sino mantener abierto el enfrentamiento. Por supuesto, aprovecha tendencias y constantes de la democracia, y el glamour incontestable de la visión agonista.

Un peligro añadido es que una parte del PSOE quiera parecerse más a Podemos y que algo similar ocurra en el PP con Vox. Pero cuando Iglesias desprecia instituciones en las que no cree, cuando siembra la desconfianza entre actores sociales y económicos, cuando ataca el pluralismo y obstaculiza la economía, es ingenuo acusarle de irresponsabilidad. Irresponsable fue nombrarlo vicepresidente.

@gascondaniel