Hace unos cuantos años andaba yo por Ámsterdam, aprovechando la Semana Santa y entre canales y bicicletas nos dimos de bruces con una iglesia. Era viernes, Viernes Santo para los cristianos. Se trataba de una iglesia protestante y en sus puertas se anunciaba un concierto en su interior: el Réquiem de Mozart, KV 626. Entre sus paredes desnudas resonaban las notas, del Introito a Lux aeterna, de una manera que te llegaban a lo más profundo. Este último viernes, aprovechando que en mi confinamiento no tengo un vecino a menos de 50 metros, puse en el aparato de música, y a gran volumen, otra vez el Réquiem de Mozart y… cerré los ojos. Me trasladé a aquella iglesia luterana, calvinista, episcopaliana o no se sabe qué y me acordé de esa Holanda que regatea solidaridad con los países del Sur, que prefiere una Europa de los mercados a la Europa de las personas, que entiende, sus dirigentes al menos, que Europa es una oportunidad de más negocio, no un proyecto común de valores y menos todavía un territorio donde se construye la igualdad. Dicen que las gentes del Mediterráneo somos poco fiables en la utilización de los fondos, coronabonos o como quieran llamarlos. Al final corrigieron sus escandalosas declaraciones de primera hora y llegaron a soluciones intermedias pero torciendo el morro.

Sin embargo, con las derechas patrias, que no patrióticas, me temo que no hay manera. Siguen a lo suyo, a sus bajadas de impuestos, a sus bolsillos, al sálvese quien pueda. Su objetivo es aprovechar todo lo que se menee para deteriorar al Gobierno y tumbarlo hoy mejor que mañana. La democracia solo vale cuando ellos gobiernan. Por supuesto que habrá una salida a esa crisis social por la izquierda y otra por la derecha. Está clarísimo, y quien no quiera verlo que se ponga gafas, pero de las de cristal gordo, de esas que llevan los muy, muy miopes.

*Profesor de universidad