Un poco en plan Miami Vice , la foto de los consejeros antitrasvasistas, el aragonés Alfredo Boné y el catalán Salvador Milá, a bordo ambos de una motora por el Mar de Aragón, ha proporcionado plástica y velocidad a la regata del trasvase, algo detenida, algo aburrida, incluso (como todas las regatas) desde que los vientos de Europa no soplan a favor ni en contra, habiéndose establecido en la calma chicha de la comisaria Wallström. El crucero por el mar interior no contó, quizá por motivos de seguridad náutica, con la ministra Elvira Rodríguez.

Alfredo Boné no es Don Johnson, aunque me aseguran que tiene su público, pero de aquí a poco lo veo enfrentándose con los tiburones del cemento armado que entran en los ministerios como Pedro por su casa. Estos depredadores pretenden transformar al viejo Ebro en el motor fueraborda de sus marinas murcianas y levantinos puertos para yates de gran lujo, donde recuperar el tiempo perdido a la sombra de sus muchachas en flor.

Pero ni el comando antitrasvase, que ya tiene lancha rápida, ni nuestro consejero de Medio Ambiente están solos en este descenso desde las fuentes al delta. Un valioso aliado, la Generalitat de Maragall, ha venido a reforzar la causa aragonesa justo cuando más falta hacía. Maragall, tan criticado por el comando Españoleitor , es político menos de palabras que de hechos, y a la primera de cambio ha delegado hasta el Mar de Aragón a su hombre más verde , el conseller Salvador Milá. Quien, lejos de estar emparentado con la gran hermana Mercedes, o con el hermano pequeño, Lorenzo, desciende, a más, de ancestros aragoneses, de Mosqueruela y Benabarre, concretamente.

La cumbre medioambiental, escenificada pocos días después de la primera comparecencia de miss Wallström en nuestro país, que fundamentalmente sirvió para anunciar que de momento no habrá euros para cementar la tubería, ha adelantado algunas acciones de futuro, que parecen oportunas. Siguiendo el ejemplo estratégico de la Diputación General, la Generalitat estudiará la protección medioambiental de aquellos tramos del Bajo Ebro -fundamentalmente, el estuario- susceptibles de padecer las consecuencias del expolio. De esta manera, una vez preservados, por ley, estos espacios naturales -Mequinenza, Aiguabarrieg- el gobierno de la nación lo tendría más difícil a la hora de desviar caudales hacia los graneros del sur. Este proyecto táctico, suscrito por dos ejecutivos autonómicos, reglamentado por dos parlamentos y gestionado por las respectivas consejerías de Aragón y Cataluña, es ética y ecológicamente irreprochable, y sobre todo, teniendo en cuenta los daños irreversibles que puede ocasionar el descenso de niveles, útil.

La postura de Maragall, plenamente favorable a los intereses de Aragón, acaba de un plumazo con la ambigua política de su antecesor, y del delfín Mas, en materia hidráulica. En esta página de su historia, Jordi Pujol escribió un borrón que para nada ensalzará su memoria. Pero las aguas han vuelto a su cauce tras el Pacto de Mequinenza.

*Escritor y periodista