Hablar del Pacto del Agua en Aragón empieza a ser un patrimonio exclusivo de los ingenuos o de los nostálgicos de aquel gran acuerdo político que vio la luz en los albores de los 90, hace ya una docena de años. Es tan poco lo que se ha avanzado desde entonces que las excusas administrativas que se esgrimen para justificar el retraso de determinados proyectos, por ejemplo, Biscarrués, suenan ya muy gastadas, sobre todo después de descubrir la agilidad con que se pueden tramitar otros, véase el trasvase. A estas alturas quizá lo más honrado sería que si una obra no se puede --o no se quiere-- hacer se diga claramente.