Aunque las últimas cifras de la epidemia dan un leve respiro dentro de que siguen suponiendo un auténtico drama en lo personal y en el colapso del sistema sanitario, no conviene bajar la guardia. También es necesario comenzar a preparar la reconstrucción de un sistema que va a quedar muy tocado cuando los datos epidemiológicos sean mucho mejores. Las secuelas que va a dejar esta crisis son muchas. Primero en las pérdidas humanas, en el daño psicológico y en los nuevos modos de relación social que se van a adoptar. Pero, además, la situación económica va a ser desastrosa y la crisis derivada todavía no la podemos valorar, aunque las previsiones son muy negativas.

Por ello es muy positivo que las administraciones públicas, de la mano con las privadas, comiencen a reconstruir esta sociedad que tan dañada va a quedar, desde lo público y con el apoyo de lo privado. Desde la unidad política y sin ventajismo. La crítica y la oposición, en el Parlamento; y la unidad, toda, en una mesa como la que planteó el presidente del Gobierno de Aragón, Javier Lambán, el pasado sábado. Ese amplio acuerdo, que se puede bautizar como los pactos del Pignatelli, émulo de aquellos históricos que se fraguaron en la Moncloa al inicio de la democracia, debe servir para cohesionar una comunidad, la aragonesa, que tiene que salir de la crisis cuanto antes. Esos pactos deben servir para que las empresas y los autónomos recuperen cuanto antes todo su músculo, y sobre todo para que los trabajadores y las personas con menos recursos no se queden fuera del sistema. Mucho costó recuperarse -y aún no lo habíamos conseguido del todo- de la crisis del 2008 como para entrar en otra de magnitudes parecidas. El Gobierno y el principal partido que lo sustenta, el PSOE, debe liderar esa mesa con el consenso, como está ocurriendo en Aragón, entre todas las fuerzas. Y sería oportuno que dieran ya alguna propuesta concreta de lo que se quiere plasmar en ese pacto.