Enarbolar el acuerdo de investidura como si fuera el triunfo de una justa medieval. Consensuar gobiernos in extremis para ganar al enemigo. Recuperar territorios perdidos en otros lances. Con esta jerga y actitud se han ido tramando los pactos locales y autonómicos estas semanas. La sensación que esto va de ganar y ganar, de hacerlo a toda costa, frente a los adversarios, pero también ante los de tu propia organización deja un regusto amargo y desalentador, una vez más.

No son pocos los líderes que se jugaban en el resultado de estas elecciones su supervivencia al frente del partido. La preocupación no solo ocupaba a Pablo Casado, también a Albert Rivera que se autoexige por encima de las posibilidades reales de su partido. Las altas expectativas creadas con Ciudadanos, hace que sus nada despreciables resultados produzcan la sensación de decepción continua. Y frente a la imagen de pérdida se han activado todos los mecanismos para llegar a acuerdos, no bajo los principios de colaboración, sino de competencia y desconfianza. la suma de Vox por la puerta trasera, en una pueril estrategia que definitivamente muestra la imagen de ciudadanía idiotizada que tienen sobre nosotros ha acabado de cerrar los pactos de la derecha contra el comunismo, el independentismo, la ideología supremacista de género y el terrorismo.

En el otro frente, porque volvemos a la España de rojos y azules, con tintes amarillos por el este y verde peneuvista en el norte, la claridad no ha sido especialmente ejemplar. Eufemismos para explicar el apoyo imprescindible de Podemos, gestión de las abstenciones intentando levantar las líneas rojas que han llenado el mapa de España, y eso sí que se han levantado en la derecha para acoger a Vox, como uno más.

La política postmoderna, la del marketing electoral, la de los partidos convertidos en oficinas de apoyo al líder, la que reniega de las ideologías nos ha llevado a un pasado que me resulta difícil de fechar. Tanto viaje para llegar a la política de bloques, al inmovilismo y a la afrenta. Recuerdo ahora las promesas sobre regeneración política y la necesidad de acuerdos para modificar asuntos troncales de la Constitución y ya nada de eso queda. Estamos ante la política declarativa, casi siempre grandilocuente acompañada de la victoria a corto plazo para no perder el poder interno en los partidos. Y por delante, cuatro años de tono bronco e inútil.

*Politóloga