Hace ya más de un año. Llegó a nuestro país el primer caso de la pandemia. Un país de sol, de turismo y de hostelería en particular. Un país de contrastes. Al principio no hicimos mucho caso a este bichito llamado covid-19 por desconocimiento, por desinterés, por ignorancia o por lejanía. Un país que parece no haber aprendido nada de aquella primera ola que nos llegó. Un país que ha ido siempre a remolque de otros, un país de co-gobernanza o co-jodescojonanza (adeptos monarquía-adeptos república), de soluciones al aire, de palabrería, de ayudas que nunca llegan, de aumento de pobreza exacerbada, de solicitud de subvenciones que se pierden en el camino o no llegan a sus receptores más necesitados.

Un país de quiebra económica, de colas de hambre y de futuro incierto. Un país donde nuestros jóvenes lo tienen crudo para trabajar a pesar de ser una de las mejores y más preparadas generaciones. Un país donde un futbolista, una persona que solo le da a un balón para meter goles llega a cobrar por tal «hazaña o proeza» más de quinientos millones de euros (lo que se podría hacer con esa cantidad en materia de investigación y desarrollo y en otros campos de educación, cultura y sanidad).

Un país donde un Rey, una Reina y una Reina emérita cobran, entre todos, más de quinientos mil euros al año y aún tienen la buena acción de «congelarse» el sueldo y de quitarle la asignación a su antecesor emérito, ¡qué apoyo y qué detallazo para con los sufridos ciudadanos de a pie!, sobre todo para los que cobran el subsidio o ni eso. Por no citar el bachillerato internacional de la futura Reina y su gasto, el de todos.

Un país de contrastes, un país donde miles de comercios, hoteles, bares y restaurantes se van cerrando, algunos definitivamente para siempre con lo que eso conlleva de ertes, de paro y de desilusión. Donde las vacunas son el elemento y la esperanza del milagro por llegar, pero que no va al ritmo de vacunación previsto, donde el negocio de las farmacéuticas parece ser más poderoso que la política europea y el bien común de todos. Un país triste, con estrés, con agresividad poco a poco más alarmante y de muchos casos de imbecilidad por parte de algunos alumbrados por la naturaleza o por su ignorancia, digamos en fiestas ilegales, reuniones o botellones.

Un país de sobresueldos, de dinero negro de cientos de asesores y adjuntos de asesores, de jetas descubiertos en todos los estamentos que se pasan los protocolos de vacunación por el forro de su camisa… ¡y los que no se descubren! Un país con trabajadores cabreados, con pensionistas con miedo, con sanitarios sobrecargados, con políticos sobrantes, con protocolos a la carta de cada Autonomía y con el miedo en el cuerpo. En fin, un país de contrastes.