Como no podría esperarse otra cosa, los países ricos pretenden acaparar las eventuales vacunas exitosas contra el covid-19 y pueden dejar a los pobres con las sobras, temen estos últimos, que se quejan de la falta de apoyo de aquellos al sistema equitativo de reparto elaborado por la Organización Mundial de la Salud.

La iniciativa de la OMS, conocida como Covax, pretendía dividir a los grupos de población de todo el mundo según su vulnerabilidad al coronavirus para vacunar en primer lugar a los más expuestos, pero no parece contar de momento con el apoyo de la mayoría de los países industrializados, que han llegado a acuerdos bilaterales para hacerse con más de tres mil millones de dosis de vacunas.

Tanto EEUU como la Unión Europea, Gran Bretaña y Japón han suscrito ese tipo de acuerdos mientras que China y la India, importante fabricante de genéricos, quieren ocuparse en primer lugar de sus propias poblaciones. China se ha comprometido, sin embargo, a suministrar la vacuna que desarrolle a Pakistán mientras que permitiría a Brasil e Indonesia fabricarla bajo licencia.

El Gobierno de Donald Trump rechazó de plano colaborar en cualquier plan global de distribución de vacunas con el argumento de que no quiere tener las manos atadas por la Organización Mundial de la Salud ni por China, a las que califica de «corruptas».

La OMS advierte de que si las naciones se dedican a competir entre ellas, como es evidente que están haciendo, la mayoría de los países pobres quedarán fuera. Menos de 10 de los 170 proyectos en los que se trabaja han llegado a la fase tres de las pruebas, que es la que determina su éxito o fracaso.

Los países de la Unión Europea figuran entre los que han mostrado su interés por Covax, pero lo cierto es que sus miembros han llegado mientras tanto a acuerdos con los laboratorios, y temen ahora que invertir en esa iniciativa pueda afectar negativamente a sus negociaciones con los laboratorios y resultar en mayores costos.

Los acuerdos bilaterales firmados por los países ricos les garantizan la parte del león de la capacidad global de producción: casi todas las vacunas que se ensayan se basan en dos dosis que se inyectarán con semanas de diferencia, lo que significa que harían falta en teoría más de 14.000 millones de dosis si se quisiese vacunar a toda la población del planeta.

El problema es que aunque es urgente producir tanto vacunas como medicamentos y reactivos para los tests a escala global, no se vislumbra voluntad alguna de poner los resultados de las investigaciones de los laboratorios a disposición de los países en desarrollo que disponen de capacidades de producción. El nacionalismo se antepone a la solidaridad en la lucha contra esta pandemia. Los países ricos subvencionan con millones la investigación y el desarrollo de las capacidades de producción nacionales sin ponerles condiciones a los laboratorios en materia de precios, lo que dará sin duda lugar a todo tipo de abusos.

Quienes obtengan las patentes de las vacunas serán sus proveedores exclusivos durante nada menos que veinte años, podrán fijar los precios libremente e impedir a otros laboratorios, por ejemplo, los de países como la India o Suráfrica fabricar los genéricos equivalentes mucho más baratos.

El coordinador en Alemania de la campaña de fármacos de Médicos sin fronteras, Marco Alves, pone el ejemplo de un producto empleado para combatir la tuberculosis, Bedaquilin, del laboratorio Johnson& Johnson, en cuyo desarrollo los fondos públicos utilizados superaron a los que puso la empresa, pese a lo cual esta fijó un precio inicial casi inasequible para el 80 por ciento de los enfermos y que se vio obligada a reducir tras una campaña mundial en su contra.

Instancia neutral

Como institución que es de las Naciones Unidas, la OMS, afirma Alves, es la única instancia neutral que, gracias a su mandato, dispone de conocimientos técnicos y experiencia para adoptar medidas que favorezcan a todos, que no discriminen, y mucho menos en una pandemia como la actual. Sin embargo, algunas de esas tareas las han asumido organizaciones filantrópicas en plan de colaboración público-privada como la alianza para la vacunación conocida como GAVI, fundada por los norteamericanos Bill y Melinda Gates, o la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI), entre otras.

El hecho de que menos de la cuarta parte del presupuesto de la OMS proceda de las aportaciones de los países miembros y que el grueso de sus ingresos sean contribuciones voluntarias de fundaciones privadas como la del multimillonario fundador de Microsoft la hacen depender excesivamente del capricho ajeno. Y eso es lo menos recomendable en situaciones críticas como la actual.