Son muchos los autores de textos editados con la intención de mostrar cómo expresarnos correctamente en nuestro idioma. Son más, muchos más, quienes demuestran cotidianamente su ignorancia de las más elementales reglas de uso del español y exhiben públicamente su incapacidad para proclamar su opinión de forma inteligible, precisa y exenta de disparates.

Más allá de una crítica fácil y de que nadie está libre de error, son los líderes sociales y quienes mantienen una presencia habitual en los medios de comunicación, especialmente en televisión, los más obligados a ejercer su influencia de una forma saludable para el español. Sin embargo, abundan los ejemplos nefastos y, desde luego, no limitados a quienes pueden aducir como excusa restricciones educativas.

Por desgracia, entre todas las formas de ignorancia, aquellas relacionadas con la incultura son las más disculpadas.

Peor aún que no poder, es no querer: pese a tanto libro de estilo y gramática nos desespera un futuro pleno de embestidas salvajes a ojos y tímpanos; chiribitas y chirridos inherentes a tanta verborrea desafortunada.

*Escritora