Pasa por Aragón, con un completo programa, Gustavo Martín Garzo, uno de los escritores contemporáneos españoles de mayor hondura y originalidad. Hoy, en una sesión maratoniana, recorrerá los institutos de Valderrobres, Caspe y Alcañiz. Sus alumnos podrán disfutar de lo lindo con su cálida y, a veces, inquietante presencia.

Inquietante porque de los textos de Martín Garzo, construidos, híbridamente, de porciones de realidad (que conoce bien) y de elementos fantásticos procedentes en algunos casos de fábulas y alegorías literarias (que conoce aún mejor) surgen numerosas preguntas de difícil respuesta. Cuestiones que tienen mucho que ver con la oscuridad de una naturaleza humana lejos todavía de haber sido desvelada, de un alma a menudo oscura, pero siempre presente, que escapa una y otra vez, escurridizamente, a la tecnología y al ojo audiovisual. No es en absoluto inusual que este original fabulador comience sus cuentos, sus novelas, acogiéndose a un realismo costumbrista para, de pronto, por ensalmo, por una hechicería suya, el relato discurra a un territorio mágico, donde las fronteras entre el espacio y el tiempo, el bien y el mal, la bondad y el rencor se han borrado de los mapas del sentimiento. "Eso era la vida, agua, agua que corría sobre las cosas, y que ellos intentaban retener", escribe en uno de sus mejores relatos, La soñadora .

El valle de las gigantas , otra de sus prodigiosas novelas, abunda en esa magia cósmica, interpretada a través de una mirada infantil; aquí, los perfiles entre la memoria y la fantasía se desdibujan en un aquelarre de belleza, en un fulgor literario, anclado en los cuentos infantiles, en los seres extraordinarios, de los que el autor se imbuye como un chamán de las revelaciones del inframundo. Porque hay algo de chamánico, de visionario e hipnótico, en Martín Garzo.

El lenguaje de las fuentes fue, creo, su primera novela, y con ella obtuvo el Premio Nacional de Narrativa. Esta obra excepcional parte de las fuentes bíblicas, y aborda, nada menos, que el tabú de la maternidad de la Virgen María. Martín Garzo concibe una estremecedora -y, al mismo tiempo, literariamente hablando, bellísima- exégesis personal, donde el personaje de José el carpintero está dibujado con tintes profundamente humanos y los ángeles desempeñan funciones muy diferentes a las que les atribuye la imaginería popular.

Además de sus virtudes creativas, Martín Garzo --y en este aspecto su personalidad resulta menos conocida-- es un decidido defensor del valor de la palabra, de la libertad de expresión. Opina que las imposiciones del pensamiento único están dañando seriamente los significados del lenguaje, y que el dominio gubernamental de los medios de comunicación nos empobrece a todos. Debajo de su apariencia contemplativa late un guerrero armado con algo más que con ficciones.

Un escritor, en suma, que merece la pena leer en toda su extensión. Comiencen por El lenguaje de las fuentes y terminen por el Pequeño manual de las madres del mundo . Son palabras de la noche, palabras del alma.

*Escritor y periodista