Es muy frecuente por nuestra clase política y los medios el uso de palabras que además de biensonantes resultan incuestionables para el público: desarrollo, modernización, liberal, progresista, competitividad, crecimiento, reformas, democracia, etc. Podríamos poner otras, aunque no muchas más, ya que los políticos repiten casi siempre las mismas. Se cuenta que un asistente a una conferencia sobre las ventajas de la nueva tecnología en una ciudad mejicana, y durante el receso le hizo notar a su compañero de que la charla dictada por uno de los expertos tenía como base apenas cien palabras y entre risas le contestó: ¡Qué va … si apenas fueron cincuenta, pues con cien ya sería presidente…!

El control del lenguaje ha sido siempre instrumento de dominación. El capitalismo de hoy en su versión neoliberal sólo profundizó y extendió prácticas anteriores. El lingüista alemán Uwe Poerksen en su libro de 1988 Palabras plásticas: la tiranía de un lenguaje modular documentó cómo se impuso sobre el habla vernácula (común) la tiranía de un lenguaje modular formado por las que llama palabras plásticas. Palabras huecas, vacías, de plástico, sin sustancia que han sido alteradas en su significado y empobrecidas en su contenido para usarlas como simples módulos de ensamblaje que se ajustan a cualquier discurso, relato, necesidad, solución de problema o justificación de un atropello. Son contorsiones semánticas para ocultar y deformar los hechos políticos, sociales y económicos de cualquier sociedad.

Cuando nuestra clase política usa y abusa de esas palabras de plástico, me surgen unas preguntas: ¿Saben realmente lo que dicen? Me temo que no. ¿Y entonces por qué las utilizan? Porque saben que nadie las va discutir. ¿Quién va a estar en contra del desarrollo, de la modernización, del crecimiento, del progreso, de la democracia…? Y si alguno tiene la osadía de criticarlas, será sometido a furibundos ataques y además acusado de retrógrado. Pero no debemos olvidar que en numerosas ocasiones al amparo o con la excusa del desarrollo o la democracia se han destrozado economías, sociedades y culturas en el mundo.

Fijémonos en un hecho de actualidad. El gobierno de México, de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), trata de poner en marcha su proyecto más ambicioso, el tren Maya, que recorrerá 1.500 kilómetros por el sureste de México, con el objetivo de comunicar las playas masificadas de Cancún -visitadas por unos 14 millones de turistas anuales- con las ciudades precolombinas de Chichén Itzá, Palenque y Calacmo. Es una zona de gran riqueza medioambiental y patrimonial donde los pueblos indígenas, los chol y los tzotzil - que protagonizaron en los años 90 las rebeliones en Chiapas- tratan de conservar su modo de vida, su cultura, su economía frente a la integración económica de México con el tratado de Libre Comercio con EEUU y Canadá.

AMLO en Yucatán ha participado en una reunión explicando las bonanzas del proyecto. Según Francisco López Bárcenas en su artículo Kana’antik k-lu’umo’ob (preservando nuestro territorio): El horizonte Maya de La Jornada, organizaciones productivas, culturales, ejidales y colectivos han publicado un manifiesto tras dos días de deliberación en la ciudad de Mérida con las siguientes conclusiones: «Oleadas de promesas de cambio fluyen en los caminos de nuestros pueblos, en nuestras asambleas y nuestras familias; historias de un futuro luminoso, de la llegada del desarrollo y los beneficios para nuestras comunidades. La tierra de los pueblos mayas en la península de Yucatán está siendo, más que nunca, ofrecida y subastada al mejor postor, aquel quien engaña a nuestra gente y viola y desmiembra nuestros territorios con el afán de crecer sus capitales. La agroindustria, el turismo masivo, los megaproyectos solares y eólicos y los desarrollos inmobiliarios crecen de manera descomunal, recrudeciéndose el despojo y devorando insaciablemente la vida, nuestra vida. Así se conduce por manos ajenas el proyecto de reordenamiento integral de nuestra Madre Tierra, que busca cambiarle el rostro a la península de Yucatán y a sus habitantes mayas, aún poseedores legítimos y legales de la tierra que nos fue reconocida gracias a la lucha de nuestros antepasados».

Y otra palabra de plástico es democracia. ¿Quién va a estar en contra de ella? Pero, ¿Cuál es su significado? ¿La formulada por Lincoln «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo»? Esta hoy resulta radical, vista la involución desencadenada por el neoliberalismo. ¿O la de Schumpeter considerada como un conjunto de reglas y procedimientos desprovisto de cualquier contenido específico relacionado con la justicia distributiva o la equidad, y que es un mero dispositivo administrativo para la toma de decisiones? Hay otras democracias: orgánica, popular, liberal, representativa, participativa… Es un auténtico laberinto. Mas, lo cierto es que la democracia actual en España, cada cual la puede denominar como quiera, ha permitido y justificado democráticamente la imposición de grandes dosis de sufrimiento a amplios sectores de la sociedad modificando el artículo 135 de nuestra Constitución. Y en la Grecia del jubilado Dimitris Christoulas, que se suicidó ante el parlamento y al que dedicó una canción preciosa Joaquín Carbonell. E igualmente la democracia sirvió como pretexto para invadir Irak y Afganistán con las secuelas ya conocidas.

*Profesor de instituto