Los acuerdos programáticos suelen estar rellenos de frases históricas y de expresiones grandilocuentes. Y más si son históricos, como el de Andalucía. La indignante concesión al fascismo bien debe disimularse con palabras vacías de contenido, simplemente expuestas como si fueran pasteles de plástico en un escaparate, para atraer al peatón, para la contemplación estática. Si entras, compruebas que son de atrezo.

Esto es lo que ha pasado con el acuerdo entre el Partido Popular y Ciudadanos, justo cuando celebramos que hace 40 años que ser homosexual dejó de ser delito. Han escrito lo que tocaba, lo que los manuales dicen que se debe escribir, los palabros extraídos de una lista donde todo suena igual, es decir, «raro», que es la definición del dicionario de la Real Academia Española. Raro, es decir, extravagante, sin vínculo con ningún convencimiento, palabras recitadas como quien pronuncia con monotonía una salmodia.

Homofobia y lesbifobia y bifobia y transfobia y personas lesbianas y gais y bisexuales y transexuales e intersexuales y, claro, transgénicas, porque cuando se llega a este nivel de estulticia tanto valor tienen orientaciones sexuales o identidades como los tomates modificados. «Pongamos todo eso de lo que ahora se habla», parece que hayan pensado. Lo que algunos ven como un error de transcripción en realidad es la evidencia de una política de cartón piedra, una concesión escenográfica donde se ve en exceso la mano torpe del carpintero.

*Escritor