En la crisis actual los políticos españoles, con algunas excepciones, han mostrado un nivel desalentador. Unos dicen que sería un buen gobierno si tuviera buena oposición, y otros dicen que al revés. Comentaristas y políticos hemos aprovechado la ocasión para hacer lo que mejor se nos da: culpar al adversario habitual. Pero tampoco sería justo que nos lleváramos todo el protagonismo.

Arcadi Espada señalaba que, del mismo modo que se reprochó a los economistas que no hubieran previsto la crisis de 2008, quizá haya que preguntar a los científicos por la pandemia. (Como en la otra crisis, algunos advirtieron del peligro, con poco éxito. Tim Harford ha escrito sobre los mecanismos que hacen que nos cueste imaginar lo peor y actuar para mitigar sus efectos.)

Los escritores decían que su vida no cambiaba tanto con el encierro. Después se pusieron todos a escribir diarios del confinamiento. Por fin les pasaba algo, aunque fuera que no podía pasarles nada.

La figura del profeta que se reivindica a sí mismo es tan ridícula como la del donjuán envejecido, pero parece inevitable en nuestra era autopromocional. Muchos analistas han explicado que la pandemia va a producir un cambio inédito, y que esa transformación confirmará la validez de lo que ellos llevan diciendo treinta años. Es un cambio de paradigma: es decir, cambia el tuyo y adopta el mío. La lógica es admirable: la alteración de hoy muestra que mañana será verdad lo que dije ayer sobre lo que sucedía entonces. Al menos consuela pensar en los sermones que nos hemos ahorrado. Ya tenemos bastante con los filósofos vivos. Buscan el sentido del ser, detectan las corrientes profundas de la historia y se sumergen en la reflexión: en quince días han escrito un libro.

Leemos que la pandemia es una mentira o una oportunidad redentora, la prueba de que la gobernanza debe ser multinivel, el fin de la globalización o su refuerzo, la muerte de la UE o su reivindicación, la respuesta airada de la naturaleza y un tiempo muy excitante. Alguien explicaba que gracias a la Covid-19 podíamos descubrir la autoexploración erótica: la verdad es que ha salido cara la cosa.

Al leer las entrevistas, uno recuerda a Raymond Chandler, que decía que en Hollywood los buenos guiones originales eran todavía más escasos que las vírgenes. La epidemia de banalidad es asombrosa, y las páginas de cultura se llenan de esas frases que parecen profundas un par de semanas en primero de bachillerato, más o menos hasta que empiezan a alargar las tardes. La profesión está fatal: algunos filósofos caen tan bajo que llegan a ministros. H @gascondaniel