El ya exministro Salvador Illa se despidió ayer en el Consejo de Ministros de su actual fatiga ministerial para volver a su puesto natural. Porque Illa nunca ha dejado de ser un político paracaidista que tan sólo pasaba por ahí. Y por puro interés partidista deja el ministerio, en la primera opción de huida, para cohesionar al catalanismo en torno al PSC en la futura contienda electoral.

Para Illa la pandemia siempre fue una transición (inoportuna) en su camino político. Ni quiso gestionar tal ministerio por ser una imposición desde dentro del PSOE con el PSC (y para tender puentes con ERC), ni se sintió capaz de lidiar con una pandemia. Nunca estuvo capacitado para ello.

El Ministerio de Sanidad siempre fue el comodín de la larga lista de ministrables. Un cargo que vistiera pero que tampoco gestionara debido a la transferencia autonómica tan rígida a las comunidades.

Quizá su tono sosegado de moderación ahuyentó los cismas de polarización política al inicio de la pandemia, y alimentados por la oposición en su intento de usar electoralmente tal crisis sanitaria. Pero apenas duró un suspiro su disfraz de gestor sensato.

El tiempo ha ido contradiciendo las decisiones de Illa, junto con su escudero Simón, para frenar al virus. No hay vez que hayan acertado. O que hayan explicado con sinceridad (sin propaganda) la gravedad de la situación.

Entre medias verdades se ha ido orillando cada oleada para terminar celebrándolo como un éxito exclusivo del Gobierno, nunca colectivo. Pero no era más que la maquina propagandística habitual de La Moncloa. Porque el virus nos ha ido atropellando cada vez en función de las circunstancias epidemiológicas.

Tras el sainete gubernamental para gestionar la pandemia en la transición de Salvador Illa para volver a dedicarse exclusivamente a la política hay una guinda que adorna el pastel del paso de Illa por Sanidad. Y remarca el cinismo de su paso ministerial.

Su renuncia a la cartera de Sanidad solo por ser cabeza de lista del PSC denota que nunca le importó lo que la pandemia ha sido para millones de españoles. No deja su cargo por ser incapaz en la gestión o por un ejercicio de autocrítica. Salvador Illa es el único premiado en plena pandemia.

La insolvencia, la negligencia y la opacidad serán su marca en la gestión de la pandemia. Le toca lidiar con Cataluña: el lugar donde la gestión, la razón o la empatía murieron hace años. Quizá ahí encuentre su hábitat natural.