La sentencia de la Audiencia Nacional que deja fuera de la ley el proyectado pantano de Biscarrués es una contundente muestra de cómo (de mal) se siguen promoviendo iniciativas destinadas a condicionar el futuro de Aragón. Según el tribunal, la tramitación del futuro embalse vulneraba todo lo que se podía vulnerar, desde la Directiva Europea hasta los requisitos administrativos más básicos. ¿Es posible?, se preguntarán los ciudadanos más cándidos. Lo es, habrá que contestarles. Por la simple razón de que en nombre de unos paradigmas económicos y sociales que dejaron de tener sentido hace ya decenios, aquí, en la Tierra Noble, la chapuza está a la orden del día. Hacerle frente (como han hecho en este caso los ayuntamientos de La Galliguera y las organizaciones ecologistas) es una tarea casi heroica.

Todos esperamos que acabe aquí este desatino que ya lleva demasiado tiempo teniendo sobre ascuas a los vecinos de una zona capaz de salir adelante (sin apenas ayudas públicas) gracias al uso sostenible del maltratado Gállego. Por otro lado, parece urgente revisar no sólo el llamado Pacto del Agua sino la totalidad del ideario hidrológico oficializado. Es seguro que, si el mismísimo Juaquín Costa levantase la cabeza, se llevaría las manos a la ídem al ver de qué manera su visión del regadío ha acabado convertida en un obsesivo delirio que esconde no tanto un objetivo agrícola como el afán de algunos por controlar el agua.

Y ahora, por aquello de que la actualidad manda, déjenme cambiar de tema sobre la marcha y contestar a quienes, por curiosidad o por ponerme en un aprieto, me han preguntado qué opino de los homenajes a Miguel Ángel Blanco. La respuesta es simple: me sumo a ellos. La memoria de quienes perdieron la vida a manos de los liberticidas se hace viva en efemérides como la que hoy se conmemora. Y servidor es partidario de tal memoria. ETA fue una organización criminal, reaccionaria y sin sentido. Otra cosa es que algunas izquierdas se hagan un lío con el maldito nacionalismo. Pero de eso ya hablaré otro día.