Decenas de miles de independentistas catalanes se reunieron en Perpiñán en una proclamación popular de la candidatura de un prófugo de la justicia. En vez de ver 'El último tango en París' pudieron degustar los churros que se vendían como especialidades españolas: al salir de tu país te entra nostalgia por las cosas más sorprendentes, como en el pasodoble 'En tierra extraña', donde la protagonista pedía un vino español en una farmacia neoyorquina durante la ley seca.

El 'procés' ha dejado valiosos detalles gastronómicos. Así, Quim Torra, el día anterior a su declaración ante el Supremo, dijo «me comí un plato de butifarras con alubias, bastante consistente, y depende de sus preguntas la cosa puede ir por un lado o por el otro», como si en su caso hubiera una gran diferencia. Los heroicos Rull y Turull se quejaron de que la comida en la cárcel era mala: se denunció incluso una hamburguesa quemada, a ver qué dicen en Estrasburgo. Leyre Iglesias contó que luego los políticos presos han tenido acceso a menú vip (macedonia de frutas para Romeva, gazpacho, una cocinera de prestigio), a la manera de Uno de los nuestros.

La concentración de Perpiñán se celebró con la pasividad de las autoridades francesas y la inacción de las españolas, que criticaron Manuel Valls y Cayetana Álvarez de Toledo. Fue un éxito; resultó ridícula como todo lo que hace el sector más locoide del secesionismo. Ponsatí habló de la victoria de la batalla de Urquinaona, se prometió la lucha definitiva, no se mencionó la mesa de diálogo con el gobierno. Según Marcos Lamelas, puesto que Puigdemont dijo que no volvería a concurrir en unas elecciones autonómicas, pretende presentarse a presidente de una república que no existe y ejercer a través de un valido.

En nombre de la democracia no solo se desprecian las normas democráticas, sino que se genera una estructura paragubernamental basada en un entramado de fantasía, clientelismo y mentiras, desprovisto de legitimidad y exento de rendición de cuentas. El desprecio al Estado de Derecho español es la coartada de un mesianismo caudillista. Una prueba es la reivindicación irredentista de Catalunya del nord, bajo control francés desde el siglo XVII. La autonomía es mucho menor que la de Cataluña, pero eso es lo de menos en este pastiche medievalizante mezclado con cursilería posmoderna. Gideon Rachman ha escrito sobre el regreso de los impulsos anexionistas. También se ve en sectores del nacionalismo catalán: se extiende en el tiempo, con la falsificación de la historia, y en el espacio, con la reclamación de territorios porque en ellos se habla catalán. Esta idea trae hermosos recuerdos. A veces, su pantomima ridícula puede camuflar lo que realmente son.

@gascondaniel