El último teólogo de Roma, Joseph Ratzinger, más conocido como el Papa emérito Benedicto XVI, ha confiado al último apóstol de Mariano Rajoy, al exministro Jorge Fernández Díaz, la última cláusula de su teología: el diablo quiere destruir España. Los españoles, para evitarlo, debemos ser humildes, rezar y confiar en Dios.

Incluso antes de alcanzar el papado, Joseph Ratzinger sabía mucho de Dios, por quien llegó a temer como «proscrito de Europa», sin hogar, sin altar y «con su viña asolada por los jabalíes». Pero tanto o más sabría Benedicto XVI del diablo, no en vano lo resucitó. El pobre Satán había muerto. El antecesor de Ratzinger en la mitra papal, Juan Pablo II, había rebajado los lugares y mitos donde se premia o castiga la experiencia religiosa humana, paraíso, purgatorio, infierno, a meros estados de ánimo. Ya no eran cielos de dicha, insípidos limbos ni mazmorras de fuego. Pero Benedicto XVI enmendaría estas plúmbeas filosofías de Juan Pablo II con su más ortodoxa teodicea: el mal existe; el infierno existe; el diablo existe y acecha, debiendo el católico orbe librarse de su influencia y nefasto poder mediante la oración y la fe, o Lucifer y su ejército volverán a reinar.

En medio de tan teológica conversación, Jorge Fernández Díaz informó a Benedicto XVI de su cruzada catalana. De cómo él mismo, al frente del Ministerio del Interior del Reino de España, había alistado soldados e infiltrado las enemigas líneas, poniendo ángeles guardianes a los diablos catalanes. Le informó también de las oscuras homilías que el diabólico, más que católico Junqueras, pronunciaba y sigue predicando desde su purgatorio constitucional. Benedicto le escuchaba arrobado. Por boca de Fernández Díaz hablaba la España santa y eterna, la de Santiago patrón, Covadonga, las Navas de Tolosa, Alfonso X, Isabel y Fernando, Torquemada, Cisneros, Felipe II, Modesto Lafuente y Menéndez Pelayo, Francisco Franco y Santiago Abascal. Pero esa España que evangelizó continentes y puso en su lugar al satánico Lutero, la España de la Contrarreforma, victoriosa de Erasmo, de la Revolución Francesa y de Karl Marx está endemoniada y necesita un exorcista. Traducido al credo común, ¿un golpe de Estado?