En Japón, el gobierno acaba de proponer la supresión de las Humanidades de la universidad, considerando una supuesta inutilidad de las mismas. Las Humanidades, argumenta el ejecutivo nipón, carecen de rentabilidad social, en la medida en que no transmiten ningún saber de carácter productivo. En consecuencia, se propone la eliminación de su estudio.

No sé si en Europa alguien abogará por una medida tan bárbara, aunque no será por falta de ganas, pues ya a principios del XIX, en Inglaterra, con la implantación del capitalismo, comenzó a teorizarse sobre saberes útiles e inútiles. El neoliberalismo solo respeta aquellos saberes que tengan alguna repercusión directa en la esfera de la producción y de la empresa, con lo que desprecia los saberes humanísticos. En España, esa inquina se ha focalizado con la Filosofía, dando a entender su nula utilidad social. La Filosofía es una disciplina inútil, que no vale para nada. Está bien, discutámoslo.

Para empezar, hay que diferenciar entre la Filosofía como asignatura y la Filosofía como conjunto de valores y actitudes sobre los que se fundamenta una sociedad o una cultura. Es importante realizar esa distinción, porque mientras se pretende eliminar la primera, la segunda tiene una influencia, inconsciente, en el conjunto de la ciudadanía, hasta el punto de que constituye la cosmovisión de la sociedad en su conjunto.

La filosofía entendida de este segundo modo tiene una importancia capital en la sociedad, pues está detrás de nuestro modo de ver el mundo y, por lo tanto, de posicionarnos ante él. Realizamos gestos filosóficos constantemente, sin saberlo. Por ejemplo, cuando nos encontramos ante la tesitura de explicar a un niño pequeño la muerte de un familiar cercano. Lo más extendido y habitual es recurrir a conceptos como cielo o hablar de otra vida, con lo que se está transmitiendo una visión del mundo determinada: la existencia de otro lugar en el que viviremos tras la muerte, lo que en filosofía se conoce como transcendencia. La tradición filosófica dominante desde Platón, el idealismo, ha hecho de esos "trasmundos inventados", como los definía Nietzsche, un lugar común que ha moldeado la conciencia de las personas, con unas innegables consecuencias políticas. Pero podemos multiplicar los ejemplos de actitudes filosóficas que adoptamos sin tener conciencia de que lo son: entender que existe la verdad, el bien común, que los seres humanos somos (ya) iguales, que las imágenes que vemos en televisión, por ser imágenes, transmiten una realidad, que hay un sentido común que todos los seres humanos debemos compartir, etc. Esta filosofía, como creadora de una imagen del mundo, suele ser utilizada por el poder como un instrumento para afianzar su dominio. Es decir, esa filosofía es tremendamente útil, al poder.

Pero luego está la "otra" filosofía, la asignatura que, en muchas ocasiones, sirve para sacarle los colores a esa filosofía "espontánea", parafraseando a Althusser. La Filosofía asignatura es fundamental como instrumento para hacernos conscientes de la existencia de esa otra filosofía sentido común y, cuando menos, cuestionarla. La Filosofía así entendida puede ser un instrumento para mirar a la realidad a la cara, para leerla sin contarse cuentos, la mayor parte de las veces de origen religioso y, por lo tanto, carentes de cualquier valor científico, para poder interpretarla y, por lo tanto, intervenir sobre ella.

Quizá ahí radique el quid de la cuestión: que frente a lo que nos dicen de que la Filosofía no es útil, la realidad es que es tremendamente útil. Al poder, para mantener las cosas como le interesa, a la gente para convertirse en seres libres con una mirada propia. Y ninguna de las dos utilidades debe ser descubierta. De ese modo, el poder seguirá utilizando la filosofía como instrumento de dominio y la ciudadanía se quedará sin una herramienta imprescindible para vivir libremente.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza