Podemos ha pasado en solo unos meses de ser una formación en gestación a ser el partido --según las encuestas-- con mayor intención de voto del país. La explosión de Podemos ha sido tal que no sólo ha eclipsado a los partidos tradicionales, tan preocupados en desacreditarlo que aún no han reparado en la desconfianza y el hartazgo provocado por ellos, sino también a sus propios creadores, que no saben muy bien qué hacer con lo que tienen en sus manos. Basta echar la vista atrás para comprobar que algunas de sus ideas han pasado a ser, en solo unas semanas, ilusiones de infancia, y ya casi nadie duda de que otras seguirán madurando hasta perder el encanto actual. El lema "programa, programa, programa" de Julio Anguita, que el líder y ahora también secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, ha hecho suyo a fuerza de repetirlo, se ha convertido en la gran paradoja de una formación que, sin tener propiamente ninguno, ha mostrado ya tres: el germinal, es decir el programa genérico que elaboró para las Europeas, el actual, que pese a seguir igual de inconcreto muestra ya claras diferencias respecto al anterior (como en lo relativo a las expropiaciones o el impago de parte de la deuda), y el tercero, es decir, el programa con el que se presentará a las elecciones, que debería salir de la indeterminación para que la votación --por mucho que otros partidos hayan incumplido sistemáticamente los suyos-- no se convierta en su caso en un acto de fe. Así, cuando se acaban de cumplir tres años de legislatura, a los partidos tradicionales les queda solo uno para enfrentarse por primera vez contra sí mismos, es decir, para transformarse o morir, y a Podemos le falta casi todo por hacer.

Periodista y profesor