Arrancamos el año con nuevas muestras de inseguridad de las autoridades de Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo, que trasladan el miedo a la población norteamericana y el temor a todos lo que en un momento u otro tenemos que viajar a ese país. Desde el 11 de septiembre, la sociedad norteamericana no ha conseguido superar su síntoma de fracaso. Ellos se pensaban invulnerables y no terminan de definir los modos en que pueden vivir seguros y en libertad. Todo lo que trasladan las autoridades a la opinión pública no genera seguridad sino nuevos temores e incertidumbres. Las autoridades norteamericanas pretenden imponer al resto de la humanidad medidas de seguridad para arribar las aeronaves a su territorio, obligando a adoptar algunas que, en criterio de muchos expertos, no hacen sino aumentar la inseguridad y disminuir la autoridad del comandante de la aeronave como máximo responsable del vuelo. Quieren agentes armados en los aviones.

La gran contradicción radica en sus criterios estrictos en materia de seguridad que se imponen sin debate al mundo entero, mientras en cualquier supermercado de ese país el primero que llega puede comprar un arma de guerra. El resultado es que Estados Unidos es el país más violento del mundo, con unos índices de población reclusa insuperables y con récord anual en el número de personas ejecutadas en aplicación de la pena de muerte sin que existan procedimientos y garantías que aseguren que los reos disponen de adecuados sistemas de defensa.

En ese universo contradictorio, la exigencia de Estados Unidos es inadmisible por cuanto es capaz de ver la menor paja en el ojo ajeno mientras las vigas de su inseguridad interna son palmarias.

*Periodista