El otro día, el escritor Mario Vargas Llosa, acudió a la boda --me niego a explicar qué boda-- en una tanqueta que el Ejército de Tierra le cedió para que pudiera llegar a tiempo a la ceremonia mientras algunos de los soldados del Ejército viajaban en vuelos chárter. El acontecimiento fue seguido a través de los medios de comunicación por una cifra que se calcula en 25 millones de personas, un 62% de la población española, lo que le coloca en el hecho con más repercusión de la historia de la televisión. Para un país en el que escasean los monárquicos, no está nada mal.

Siendo la monarquía el símbolo del Estado, y teniendo el Estado sus símbolos representativos, no se veía ni una bandera española. Lo que es normal en el pueblo más pequeño de España, en la plaza de toros de la villa más diminuta, no fue normal, sino algo rarísimo y extravagante, en la boda del Príncipe de Asturias.

Los sindicalistas no hicieron caso al protocolo y se pusieron traje con corbata, que suelen llevar en muchas otras ocasiones, rebelándose contra el protocolo, pero protocolo hay en todas partes, porque en los mítines sindicalistas, personas cuyo atuendo normal es el traje y la corbata aparecen siempre con el cuello de la camisa desabrochado.

La gente se ríe mucho y desprecia a los que pujan, en una subasta de internet, por una pastilla para la tos, que Arnold Schwazerneger tiró a la basura, pero miles de personas se han llevado trocitos de la alfombra que pisaron los miembros de la familia real.

Ha habido muchas críticas sobre los gastos ocasionados por una boda, que ha podido servir de soporte publicitario de Madrid y de España a una audiencia potencial de más de mil millones de personas, pero nadie habla de las millonarias cifras que gastamos en subvencionar actos prescindibles que no interesan a nadie. Paradojas.

*Escritor y periodista