España lleva unos meses inmersa en una paradójica dualidad que, de no corregirse en un plazo razonable, acentuará la importante desigualdad social que ha deparado este quinquenio de crisis. Los indicadores económicos marcan el inicio de una etapa de recuperación que, sin embargo, no capilariza entre una sociedad cada vez más devaluada salarial y laboralmente. El adelgazamiento notable de la clase media ya es un hecho, mientras los ricos son cada vez más ricos, y los pobres lo son de solemnidad.

Aragón no es ajena a esta realidad, como puso de relieve el Consejo Económico y Social (CESA) en la presentación de su último informe, correspondiente a 2013. La comunidad abandonó la recesión, en gran medida gracias a un crecimiento del 2% exportaciones y al incremento de la demanda interna y la inversión privada. En cambió, la renta media de las familias disminuyó un 3,4% y aumentó el número de familias con problemas para llegar a fin de mes, con un 11% más de la población en riesgo de pobreza. Y lo que es peor, la comunidad acortó sus diferenciales positivos respecto de la media nacional. El balance del año es, sencillamente, desalentador.

Los fríos datos del CESA tienen su correlación directa en ejemplos prácticos, como las dificultades de la administración para cubrir las crecientes demandas de ayudas de urgente necesidad. Esta misma semana, el Ayuntamiento de Zaragoza anunció que modificará su presupuesto para incrementar en un millón de euros estas partidas. También en la capital aragonesa, Cáritas cifró el incremento de demanda de ayuda en un 30%. Mientras, el Gobierno de Aragón hizo público un dato demoledor sobre los perceptores de becas de comedor. A pesar del constante incremento de aportaciones públicas, miles de familias aragonesas con ingresos inferiores al salario mínimo interprofesional no obtendrán subvención alguna. En concreto, solo dispondrán de comida y libros gratuitos aquellos hogares que acrediten retribuciones por debajo de 4.400 euros al año.

Hay más ejemplos, pero no es necesario enumerarlos todos. Este es el país que ha dejado la crisis, y sin un plan decidido para reactivar los sectores productivos que empleen a las personas que hoy malviven con subsidios o con actividades desreguladas de economía sumergida será imposible recuperar a una buena parte de la población, descolgada de unos estándares mínimos de las sociedades avanzadas. Mientras haya familias donde ninguno de sus miembros puede incorporarse al mercado de trabajo, mientras en esas familias haya un solo niño que pase hambre, no se habrá salido de veras de la crisis, por mucho que los números indiquen lo contrario. Una sociedad equilibrada y perdurable no puede permitirse brechas tan profundas.

Sería interesante que todos los agentes públicos necesitados de la confianza de los ciudadanos para desarrollar sus funciones lo tuvieran claro. Y no parece que sea así. La grandilocuencia de los datos, los golpes en la espalda del FMI o del Eurogrupo, los temores a equivocarse... impiden a quienes gobiernan verlo. Y algo parecido ocurre con otros colectivos clave para la salud del sistema, como los agentes sociales, cuya necesidad de supervivencia les condiciona de palabra, obra u omisión.

En el mencionado informe del CESA se ofrecen recetas clásicas para incentivar la economía real, se diagnostica la salud de los sectores en los que se puede fundamentar un modelo productivo más armónico, y se aboga por incrementar el apoyo público a la producción de valor añadido en tecnología o innovación. Pero la salida a la situación que ha deparado la crisis tiene como ingrediente principal la política. Es hora de reformas profundas que los partidos dominantes, y desde luego el PP, no muestran interés en realizar. Las económicas ya están asumidas, y sus resultados meridianamente claros, pero las administrativas o las legales no están casi ni comenzadas. Cuando se acerca una campaña electoral, todos los intervinientes en liza deberían tenerlo claro. Si no avanzan en la regeneración democrática, en el adelgazamiento y la ordenación administrativa, y en el pacto de unos mínimos como país, la crisis financiera dará paso a otro tipo de crisis endémica y más compleja: la de una sociedad desequilibrada, desestructurada, desconfiada y cada vez más difícilmente previsible.