A mí esto de la inviolabilidad del rey emérito, Juan Carlos I, me empieza a cansar un poco. Suena mal. Suena a antiguo. Suena a inconstitucional (aunque lo ampara la Constitución; que dicho sea de paso necesita ya una mano de pintura). Suena a injusto porque su solo enunciado demuestra que no todos somos iguales ante la ley. Inviolables son los niños. Inviolables son las mujeres y los hombres que no deben ser forzados físicamente bajo ningún concepto.

Por tanto, el criterio habitual de que el rey es inviolable «con efectos jurídicos permanentes» por lo que hiciera durante su reinado es algo medieval y vergonzante para un país moderno. Una cosa es el respeto a las instituciones del Estado y otra es la cara dura de las instituciones. Y quien se ampare en estas rarezas muestra su debilidad ante las acusaciones de presuntas irregularidades para seguir manteniendo ¿su impunidad?

Dos veces se ha pedido ya que prospere una comisión de investigación sobre las presuntas ilegalidades cometidas por el anterior rey sin éxito. Se oponen PP y PSOE. Ahora la Fiscalía entra en juego para «delimitar o descartar» los hechos desde junio de 2014, cuando Juan Carlos dejo de ser jefe del Estado y con ello perdió la inviolabilidad que le concede la Constitución. De entrada la Fiscalía Anticorrupción recoge que se habrían detectado indicios de presuntos delitos relacionados con el blanqueo de capitales, cobros de comisiones y fraude fiscal en la contratación de la segunda fase de construcción del AVE que une las ciudades de Medina con la Meca. Temas gordos donde los haya, pero todo apunta a que se blindará de nuevo al Borbón.

¿Qué pasa? ¿Es que su reinado no es de este mundo? Aunque los hechos atestiguan que sí fue de este mundo y que además probó de todos sus frutos. Lo malo de estas prebendas tan desproporcionadas es que no aguantan las comparaciones. Desde niños nos dijeron que el Papa es infalible y sin embargo Francisco ha declarado en más de una ocasión que él es humano y por tanto se equivoca. Un jesuita inteligente que además es Papa y se salta esas prerrogativas caducas por el forro de la casulla. Con perdón de su santidad, pero estos gestos todavía lo hacen más grande.

A mí también me molesta que en estos tiempos inseguros de hecatombes sanitarias, de salud y económicas para la inmensa mayoría de los mortales, sigamos sosteniendo a dos generaciones de reyes, pagándoles un sueldo al nuevo y al anterior como si los presupuestos generales del Estado dieran para esas alegrías. Cuando se hacen esfuerzos para pagar el ingreso mínimo vital a las personas en riesgo de exclusión social porque se han quedado sin trabajo y sin futuro. Y si tiene que volver a decir «Lo siento, me he equivocado. No lo volveré a hacer», pues dígalo, pague lo que tenga que pagar y ponga sus suculentos ahorros en manos del Estado. Los parásitos siempre han estado mal visto por la sociedad.

*Periodista y escritora