Estados Unidos acaba de despedir a dos personalidades muy significativas, Aretha Franklin y John McCain, pero el presidente Donald Trump no ha acudido a ninguno de sus dos funerales. Arrojando para colmo al de McCain una paletada de inmudicia moral, al seguir faltando a su antiguo rival incluso más allá de la tumba.

De este ignominioso modo, Trump envía un nuevo y casi definitivo mensaje a los dirigentes del Partido Republicano, que por el momento sigue siendo el suyo: quien manda, en la nación y en el partido, en el mundo entero es él, halllándose en todo momento su voluntad por encima de los mecanismos tradicionales de control democrático, desde elecciones primarias a senatoriales vetos. Su desprecio hacia el resto de políticos norteamericanos que puedan hacerle algún tipo de sombra no ha hecho sino aumentar desde que hace años se consagrara a insultar a Obama. En manos o en boca, en los repugnantes tuits de Trump el insulto es un arma política de extraña eficacia. A su modo, a su estilo, funciona, pues su popularidad aumenta y ante una reelección es casi seguro que hoy volviera a ganar. La agresividad, la intolerancia, el desdén y la calumnia vienen acompañando a Trump antes y después de tomar posesión del Despacho Oval. Como un sistema, me temo, estrategia o método de una nueva derecha que da miedo por su zafiedad, por su irresponsabilidad y por su éxito.

En España, el alumno aventajado de Trump es el diputado de Esquerra Gabriel Rufián. Auténtico hortera de la política, sus intervenciones en el Congreso de los Diputados o sus declaraciones ante/frente a los medios de comunicación tienen menos categoría que las fanfarronadas de un chulo de barrio. Sus constantes insultos a otros diputados y partidos, a todo aquel que no comparta su ideología supremacista, fascistoide, de pueblo elegido, carecen de una mínima ironía, para golpear como pedradas, tan sonora como sórdidamente, contra las paredes de la democracia. Y, sin embargo, y sin pegar palo al agua, este chusco personaje se ha hecho popular, famoso, y bastante más rico de lo que era. Cuanto más crueles y dañinas son sus ideas o palabras, sus tuits, como los de su maestro Trump, se tornan virales, influyen en muchos ciudadanos y los arrastran hacia una marea de insatisfacción y violencia.

Son los nuevos fascistas.