Ni era mucho pedir ni era tan difícil. Dinamarca, en junio, formó gobierno en tres semanas con un acuerdo entre cuatro fuerzas para mejorar la inversión en bienestar y luchar contra el cambio climático. En Portugal, y aun no ganando las elecciones, los socialistas, con el apoyo externo de su izquierda, llevan cuatro años de estabilidad política y continuas mejoras económicas en el país. Aquí tardamos 80 días, el mismo tiempo en los que otros pueden dar la vuelta al mundo en globo, en saber por boca de Sánchez que el 99,9% de las conversaciones con Iglesias habían sido sobre puestos (el resto, del programa) para acabar dándose cuenta de que su interlocutor era «el» escollo, a falta de cuatro días para la investidura.

Hemos tenido que contemplar contrarreloj una patética película de suspense e intrigas, con un pobre guion de reproches y culpabilidades ajenas, un final bochornoso y unos actores llenos de ego (condenados a no encontrarse porque obviamente viven en mundos paralelos y propios) que han desperdiciado la confianza de sus electores convirtiéndola en una trama imposible. Mención aparte merece un Echenique que rompe todo lo que toca.

El mejor resumen lo encarna la figura de Gabriel Rufián pidiendo «responsabilidad» a los «socios preferentes». Sí, el portavoz de esa formación catalana supuestamente de izquierdas que se negó a suscribir los presupuestos más sociales de la Historia de España, y también vocero de la historia que nos ha traído hasta este punto.

En el fondo tampoco ha sido tanta la sorpresa (decepción). Quizás simplemente era demasiada expectativa pensar en un gobierno de izquierdas. Por un lado teníamos la hipersensibilidad de los asaltantes de cielos sin paradas intermedias. Una vicepresidencia y tres ministerios les sabía a poco pese a ser los cuartos de la fila en resultados e ir de capa caída entre urna y urna. Por otro, un PSOE que una y otra vez pide votos ilusionando y se atempera cuando ya los tiene.

Puede que los verdaderos escollos estén en otros lados, escondidos a ojos de la ciudadanía: en los intereses partidistas de los «tecnócratas de la demoscopia», como llama Andrés Villena a quienes mueven los hilos en busca de la extorsión estadística; o en esos poderes fácticos que no le hacen ascos a votar de nuevo (a ver si suena la flauta del trifachito). De una manera u otra, solo queda parafrasear a Groucho: Que paren España, que me bajo. H *Periodista