Esto de la paridad entre sexos en los cargos públicos --gobierno, ejecutiva del partido-- es una revolución silenciosa, que está pasando un poco desapercibida en medio del mal fútbol, de la mala posguerra y de las preocupaciones de cada día, que son ir a Mango a comprar una camiseta otra, ver zapaterías, hacer la ruta de las tiendas interminables, al 50%, etc. Porque el Tour no tiene nada que rascar. Este asunto de la paridad matemática es la última revolución, la definitiva, puesto que lo de la homosexualidad ya se va homologando, ya es popular. Y lo que es popular, lo que admite el gentío y las series de tv con sus guionistas aragoneses, va a misa. La última frontera de las bodas homosexuales es poder casarse por la iglesia --cualquiera de ellas-- que siempre tiene más alegoría y más vuelo.

Ya se ha demostrado que los niños son extremadamente robustos, que crecen felices y contentos independientemente del sexo de sus padres, madres, tíos y abuelos, siempre que esos adultos no se decapiten delante de ellos. La familia que no se apuñala cría hijos apañados, al menos hasta que llegan al Erasmus y ven que la vida es mero euribor, cuñadeo y tongo. El caso es que ZP, haciéndose el simpático, ji ji ja ja, ha arrastrado al partido y a España entera a una revolución sísmica, a la paridad automática, que por un lado es lo más sencillo de entender y ejecutar (no tiene las complejidades ni las minuncias de la ley de alquileres, por ejemplo), y por otro supone un desafío revolucionario al sistema, basado en la preeminencia del varón como ente crepuscular, arábigo y gimnástico. El varón ya es sólo porno. En este marco a medio desquiciar, ZP ha sido práctico y eso le ha ayudado a arrasar en las urnas más que todos los conserjes del 11-M, pues el mujerío --que mete muchas más horas que el hombraje y cobra menos-- está viendo en directo, en tiempo real, la mismísima paridad en el puñetero Gobierno. O sea, lo que no ve en casa ni harta de gintonics. Lo impensable. Las estadísticas vuelven a ser tercas respecto a las faenas domésticas, que vienen a ser una forma de malos tratos de baja intensidad y de larguísima duración. Entonces, este hombre sonriente ha pulsado la tecla exacta. Porque lo de Kioto y el efecto invernadero es más remoto. Aunque vuelva el antecesor a echarnos la bronca otra vez, no tiene nada que rascar.

*Periodista y escritor