Si hace dos semanas al valorar la encuesta de población activa, y el pasado viernes en su balance de curso, la euforia mostrada por Mariano Rajoy fue exagerada, no hay razón ahora para echar las campanas al vuelo por las cifras del paro del mes de julio, que ratifican la tendencia apuntada por la EPA: el desempleo disminuye en España --caso aparte es Aragón que registra el peor mes de julio desde el 2008, con un aumento de los parados y sigue habiendo más que cuando llegó Rudi a la DGA-- y se sitúa ahora ya algo por debajo de la cota en la que estaba cuando Rajoy llegó a la Moncloa. Se trata de una buena noticia, sí, pero que se debe relativizar y contextualizar.

En primer lugar, porque el volumen de población que trabaja o manifiesta que quiere hacerlo ha disminuido en España, con lo que la mejora estadística de las cifras absolutas del paro no refleja con fidelidad la realidad del mercado laboral. En segundo lugar --y lo más importante--, porque la inmensa mayoría de los puestos de trabajo que se crean son de calidad manifiestamente mejorable: temporales (solo uno de cada diez nuevos contratos es indefinido), precarios o a tiempo parcial, y casi siempre mal remunerados. Se podrá argumentar que es mejor eso que nada, pero este pragmatismo solo resultaría socialmente aceptable si estuviéramos ante una situación excepcional y transitoria; por el contrario, crece y arraiga entre la población la sensación de que los poderes públicos han abdicado del objetivo de que se cree empleo de calidad y se conforman con la adopción de medidas que actúan como un parche pero les permiten asegurar que las cosas van mejor.

Solo la creación clara de empleo estable significará un salto cualitativo en la lucha contra el paro, que es, con gran diferencia, el principal problema que tiene España. Si la clave para que la economía mejore es que aumente el consumo, ¿cómo se va a lograr que gasten más quienes tienen muy poca seguridad sobre su puesto de trabajo (en caso de tenerlo) y sus ingresos? España ha vivido en los últimos años la dura realidad de una devaluación interna, y ahora la recuperación real de la economía no puede hacerse sobre la ficción de que todo contrato de trabajo es un empleo digno de tal nombre. Porque si hablamos de estadísticas, hay otras, oficiales, que retratan mejor la España de hoy: por ejemplo, la de que 2,6 millones de parados ya no reciben ni prestación ni subsidio.