Si en años de crecimiento económico 3,2 millones de españoles siguen en el paro, cabe pensar que cuando llegue la crisis esta lacra social aumentará. La conclusión es clara: el paro será un hecho estructural. ¿Preocupa a todos de verdad? En absoluto. Ya en 1944 el economista Kalecki en el artículo Aspectos políticos del pleno empleo dijo: «En verdad, bajo un régimen de pleno empleo permanente, el despido dejaría de desempeñar su papel como medida disciplinaria. La posición social del jefe se minaría y la conciencia de clase de la clase trabajadora aumentaría».

Nos hemos dejado manipular por el lenguaje economicista sin ser conscientes del riesgo del uso de las palabras. Hablamos con naturalidad del «mercado laboral», lo que implica considerar a los hombres (su trabajo) como simples mercancías dispuestas a ser compradas y vendidas en el mercado de acuerdo con la ley de la oferta y de la demanda. Fue premonitoria la advertencia de 1944 de Karl Polanyi en La gran transformación. Crítica del sistema liberal, del peligro de que el trabajo se rija por el mecanismo del mercado. Permitirlo conduce necesariamente a la destrucción de la sociedad. Y esto es así, porque la pretendida mercancía denominada «fuerza de trabajo» no puede ser zarandeada, utilizada sin ton ni son, o incluso ser inutilizada, sin que se vean inevitablemente afectados los individuos humanos portadores de esta mercancía peculiar. ¿Hay algún límite en este modelo neoliberal al precio del trabajo? Ninguno. Fijémonos en los salarios en los países subdesarrollados.

Si el trabajo es una mercancía más, esto trae consigo la precariedad laboral descrita por Guy Standing en su libro El precariado. Una nueva clase social. El precariado se ve aquejado por las «cuatro aes»: aversión, anomia, ansiedad y alienación. La aversión brota de la frustración por no llevar una vida fecunda y al verse condenado a una vida de «flexijobs», con todo el rosario de inseguridades. La anomia es una pasividad nacida de la desesperanza, intensificada por la perspectiva de ocupar empleos inanes y estancados. Es una apatía derivada de derrotas repetidas, a la que hay que sumar su condena por políticos y la sociedad que les acusan de perezosos e irresponsables. La ansiedad propiciada por una inseguridad crónica vinculada no solo con sentirse al borde del abismo, sino también con el miedo a perder lo poco que tienen. La alienación surge por el subempleo, la explotación, al tener conciencia de que lo que hace no lo ha decidido él mismo y es para beneficio de otros. Es una clase en proceso de formación, aunque no sea una clase para sí, en el sentido marxista, al estar dividida y unida únicamente por sus temores e inseguridades.

La desvalorización del trabajo trae consigo como señaló Eduardo Galeano, en el Texto leído en la sesión magistral de clausura de la VI Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales, el 2012 en la Ciudad de México: «Que una pregunta me ocupa y me preocupa como -estoy seguro- a todos ustedes: ¿los derechos de los trabajadores son ahora un tema para arqueólogos? ¿Sólo para arqueólogos? ¿Una memoria perdida de tiempos idos?

El paro no solo persistirá y sus secuelas descritas, sino que se incrementará por la digitalización y automatización de la economía. Esa es la realidad futura. El pensamiento económico dominante aduce que la tecnología eliminará las categorías de empleos obsoletas y las reemplazará por nuevas, contribuyendo incluso al crecimiento de empleos. Tales planteamientos se basan en comparar con lo ocurrido con la Revolución Industrial, pero no hay nada que lo sustente. Jean-Yves Geoffard, de la Escuela de Economía de París, subraya el riesgo sobre numerosas actividades intelectuales, relacionadas con el tratamiento y la síntesis de informaciones, que pueden ser confiadas a esas «máquinas». Por ende, los empleos del sector servicios, de la administración y del conocimiento están en grave peligro. Otro estudio de la Universidad de Oxford, indica que la informatización afectará alrededor del 47% de los empleos existentes en USA en el curso de las próximas dos décadas.

Si el trabajo no llega para todos, el que hay habrá que repartirlo. Ya lo predijo Keynes. Tal como indica Serge Latouche, el precursor de la teoría del decrecimiento, hay que trabajar menos horas para que trabajemos todos, pero, sobre todo, trabajar menos para vivir mejor. Esto hoy es subversivo. Los parados no pueden ser considerados como residuos humanos, como deshechos, tal como los describe y denuncia Bauman en Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Una opción es una Renta Básica Universal (RBU), defendida cada vez más por intelectuales del nivel de Luigi Ferrajoli, Daniel Raventós o Philippe Van Parijs. Un concepto tabú. Sobre todo para la izquierda vinculada al trabajo de la era industrial. Mas, en futuro cercano es inevitable. Hasta el Foro de Davos la ve necesaria. O RBU o revueltas constantes. Ya la mencionó Thomas Paine en 1797. Y también implícita en artículo 21 de la Constitución montañesa de 1793 «Las ayudas públicas son una deuda sagrada. La sociedad debe la subsistencia a los ciudadanos desgraciados, ya sea procurándoles trabajo, ya sea proporcionando los medios de existencia a lo que no estén en condiciones de trabajar».

*Profesor de instituto