Mediante la palabra somos seducidos y mediante ella se crean los procesos que nos llevan a la aquiescencia. La introducción de un lenguaje como vehículo de conquista es menos cruento y más sutil que las rodadas de los tanques sobre un campo de barro, pero es a la postre mucho más efectivo. Jean Pierre Faye estudió el origen del fascismo y concluyó que un análisis del lenguaje habría permitido detectar su llegada a Europa. Wilhelm Reich resume la mentalidad fascista como la suma de los conceptos reaccionarios añadidos a una emoción revolucionaria.

Emoción, seducción, he ahí las claves de toda propaganda y el envoltorio más brillante de todo objeto de venta, ideológico o material. Lo sabía Goebbels y su moderno Ministerio de Propaganda, que tuvo la inteligencia de fagocitar los términos del comunismo a su favor; lo sabe el liberalismo, que ha hecho de la publicidad la reina del mercado; lo sabe el feminismo, que lucha por introducir un nuevo lenguaje; lo sabe el nacionalismo catalán, que ha creado una épica. Todos lo sabemos. Todos formamos parte de esa batalla por la seducción, como peones o como artificieros. El problema es traspasar la línea sutil donde el asentamiento de un estilo puede convertirse en parodia. Suelen ser las exageraciones de los acérrimos las que producen este fuego amigo, haciendo un flaco favor a sus propias causas. 'El Gran dictador' de Chaplin fue un cañonazo en la línea de flotación del discurso nazi porque dinamitó su solemnidad al ridiculizarla. Dinamitó su emoción deformando sus más puras características; cual Valle Inclán demiúrgico, las enfrentó a los espejos de la calle del Gato. La Gran Carcajada hirió al Gran Dictador porque conjuró la seducción de sus palabras. Recordémoslo en estos tiempos convulsos. En política, juzguemos facta, non verba.

*Fílóloga y escritora