En ocasiones, no sabemos que sabemos hasta que nos topamos con la palabra que le pone nombre a eso que sabíamos sin saber que lo sabíamos. El placer íntimo que producen esos hallazgos es impagable. Algo así me acaba de ocurrir paseando por las colinas de Atenas tras los pasos de Solón, al redescubrir en el contexto histórico del siglo VI a. C. el concepto de parrhesia, un concepto básico para la explicación del complejo fenómeno de la democracia, que algunos tratan de reducir al escaso escenario de la necesaria, pero simple, libertad para expresarse.

Si el uso libre de la palabra es una condición apriorística para el desarrollo de la democracia, la parrhesia le añade el componente ético que precisan el compromiso personal y la responsabilidad pública. Etimológicamente, parrhesia significa «decirlo todo», pero el sentido no es el de agotar en el discurso todo lo que puede ser dicho, sino más bien, el de «decir con totalidad», esto es: hablar con la libertad y el atrevimiento necesarios para decir la verdad, aun cuando esta pueda poner en peligro al que así se expresa, en beneficio de la propia verdad y sobre todo del bien común.

Tras aprehender el concepto con todas sus consecuencias, uno vuelve a la vorágine de la actualidad y al marasmo de los medios, con la tranquilidad que otorga atesorar una nueva vieja palabra llena de significado, y saber que lo que intuía fue pensado hace ya nada menos que 26 siglos.

A escasas fechas del uno de octubre, cuando el choque de trenes parece cada vez más cercano e inevitable, uno sigue pensando en cuál es la actitud correcta ante el desafío independentista en Cataluña. Hablo de la actitud del Gobierno de España, de la actitud de los partidos políticos, de la actitud de los medios de comunicación, de la actitud de quienes nos afanamos en añadir reflexiones a lo mucho que ya se ha dicho, y de la actitud de los ciudadanos, los que viven en Cataluña y asisten en primera línea al desafío, los que vivimos en cualquier otra parte y sentimos Cataluña como propia y los que carecen de relaciones afectivas o vivenciales con Cataluña, pero consideran que no existen motivos para que se separe de España.

No hablo de la actitud de quienes ostentan algún poder en Cataluña ni de la actitud de quienes tienen claro que una Cataluña independiente pasa por apisonar a los catalanes que no opinan del mismo modo. No hablo de ellos porque su actitud fanática ha quedado ya meridianamente clara y no cabe esperar en ella el menor cambio.

Es importante que todas esas actitudes sean prudentes, que nadie se deje arrastrar por la provocación y que no se den excusas para el victimismo. Defenderse no implica necesariamente atacar al contrario. No responder con violencia de ningún tipo al desafío no implica equidistancia. Huir de las comparaciones exageradas y de los epítetos fáciles no supone consentimiento. Recurrir a los medios coercitivos más intensos, aunque éstos sean legítimos, no parece inteligente.

¿Qué hacer pues? ¿Cómo enfrentarse al «abuso democrático» de los independentistas, que tratan de imponer su visión sin contar ni con la legitimidad, ni con la legalidad, ni con la mayoría?

Este es un momento especialmente fértil para la parrhesia, es el momento de que todos los ciudadanos que viven en Cataluña y no desean separarse de España utilicen su derecho a la palabra con valor, con arrojo, con atrevimiento, asumiendo riesgos; y se opongan activa pero pacíficamente a una imposición intolerable. Ése es el único medio de arrinconar y acallar a los que hacen un uso perverso de su poder y tratan de imponerse a los demás con todos los medios de la enorme parte de Estado que les ha sido transferida, atendiendo precisamente al carácter diferencial al que apelan para reclamar la independencia.

Pero esos ciudadanos, españoles, catalanes y europeos a un tiempo, que durante décadas se han sentido indefensos, desamparados y abandonados a su suerte, necesitan, ahora más que nunca, el apoyo incondicional e inequívoco del Gobierno de España y del resto de los españoles, para ejercer como ciudadanos valientes, capaces de llevar a la práctica esa virtud en el ejercicio de la libertad de expresión que es la parrhesia.

Son muchos y llevan demasiado tiempo callados, son una mayoría silenciosa y atemorizada. Tal vez, si se les otorga ese apoyo, sean capaces de decirles con valor a los independentistas eso que alguien dijo alguna vez: «Si usted está dispuesto a morir por sus ideas, yo no estoy dispuesto a matarle por las contrarias».

<b>*Escritor</b>