El engreimiento del Norte global (Europa y América del Norte) está tan arraigado, que le cuesta asumir la posibilidad de aprendizaje de otras culturas, situadas en el Sur. Sur no solo geográfico, ya que en el Norte también hay un Sur. En cualquier ciudad europea existe una línea abismal, tal como señala Boaventura de Sousa Santos, que separa dos mundos diferentes. Mario Benedetti tiene una preciosa poesía El sur también existe: «Con su ritual de acero/sus grandes chimeneas/sus sabios clandestinos/su canto de sirenas/sus cielos de neón/sus ventas navideñas/su culto de dios padre/y de las charreteras con sus llaves del reino/el norte es el que ordena./pero aquí abajo abajo/el hambre disponible/recurre al fruto amargo/de lo que otros deciden/mientras el tiempo pasa/y pasan los desfiles/y se hacen otras cosas/que el norte no prohibe/con su esperanza dura/ el sur también existe».

Para Sousa Santos, la dificultad de aprendizaje procedente del Sur es superable, pero para ello es necesario des-pensar mucho de lo que hasta ahora ha sido pensado como cierto y perenne, sobre todo en el Norte global. El primer des-pensamiento es aceptar que la comprensión del mundo es mucho más diversificada que la comprensión occidental del mundo. El segundo des-pensamiento es que esa diversidad es infinita y no puede ser captada totalmente por ninguna teoría general. Y el tercer des-pensamiento: no necesitamos alternativas, sino un pensamiento alternativo de alternativas.

Muestro algunas alternativas procedentes del Sur para ese Norte global. El 15 de marzo pasado, el Parlamento de Nueva Zelanda aprobó una ley que confiere personalidad jurídica y derechos humanos al río Whanganui, considerado por los maoríes un río sagrado, un ser vivo que asumen como su antepasado. Tras 140 años de lucha, los maoríes obtuvieron la protección jurídica deseada: el río deja de ser un objeto de propiedad y de gestión para ser un sujeto de derechos con nombre propio, que debe ser protegido. Para la concepción eurocéntrica de la naturaleza esta solución jurídica es incomprensible, ya que está acostumbrada a usar y abusar de ella en aras al crecimiento económico. Muchas empresas capitalistas si tuviesen que indemnizar adecuadamente todos los daños que causan a la naturaleza, dejarían de ser rentables. Un ejemplo cercano: el lindano del Gállego.

Las imágenes de un niño muerto en las playas de Turquía conmovieron a los europeos, aunque por poco tiempo. El Mediterráneo un cementerio. Frente a nuestras costas se están vendiendo seres humanos. Es paradójico que la Agencia de Naciones Unidas creada para asistir a refugiados (ACNUR) nació justamente en Europa después de la segunda guerra mundial para ayudar a millones de europeos, que lo habían perdido todo. Cabe recordar la historia de puertas abiertas de América Latina a lo largo del siglo XX recibiendo a cientos de miles de europeos durante y después de la primera guerra mundial y durante la guerra civil española.

El Estado de Chiapas, el más pobre de México, que tiene una extensa frontera con Guatemala, en mayo de 2014 su Congreso local aprobó por unanimidad reformas a su constitución para brindarle mayor protección de derechos humanos a los migrantes. En el punto IV se señala que «El Estado velará por el respeto irrestricto de los derechos humanos de los migrantes, tanto nacionales como extranjeros, sea cual fuere su origen, nacionalidad, género, etnia, edad y situación migratoria con especial atención a menores de edad, mujeres, indígenas, adolescentes, personas de la tercera edad y víctimas de delitos». A pesar de la importancia de esta encomiable resolución, la inmensa mayoría de los medios de comunicación occidentales ni siquiera le dedicaron una línea.

Eso sí, los europeos seguimos dando lecciones urbi et orbi. Mas sigue vigente el prólogo de Jean Paul Sartre del libro de 1961 de Frantz Fanon Los condenados de la tierra: «No hace mucho tiempo, la tierra estaba poblada por dos mil millones de habitantes, es decir, quinientos millones de hombres y mil quinientos millones de indígenas. Los primeros disponían del Verbo, los otros lo tomaban prestado. Entre aquellos y estos, reyezuelos vendidos, señores feudales, una falsa burguesía forjada desde la nada servían de intermediarios. En las colonias, la verdad aparecía desnuda; las «metrópolis» la preferían vestida; era necesario que los indígenas las amaran. Como a madres, en cierto sentido. La élite europea se dedicó a fabricar una élite indígena; se seleccionaron adolescentes, se les marcó en la frente, con hierro candente, los principios de la cultura occidental, se les introdujeron en la boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se adherían a los dientes; tras una breve estancia en la metrópoli se les hacía volver a su país, falsificados. Esas mentiras vivientes no tenían ya nada que decir a sus hermanos; eran un eco; desde París, Londres, Ámsterdam nosotros lanzábamos palabras: «¡Partenón! ¡Fraternidad!» y en alguna parte, en África, en Asia, otros labios se abrían: «¡...tenón! ¡...nidad!». Era la Edad de Oro». H *Profesor de instituto