Cuánta soberbia ha de anidar en la conciencia de un líder político, para que, por muy en casa que juegue y por muchos aplausos que logre arrancar entre sus parroquianos, se despache públicamente con un "o mi partido o nada". Puede que la barbaridad, antidemocrática e impropia de un representante institucional, se entienda en su contexto. Pero la soflama de María Dolores de Cospedal, vociferada ante un PP encantado de conocerse hace una semana en Valladolid, tuvo que sonrojar a más de un compañero de formación. Como resulta obvio, el exabrupto de la presidenta de Castilla-La Mancha es excluyente. Pero no exclusivo. Los dirigentes del PSOE y los de otras fuerzas con más o menos mando en plaza cometen el mismo pecado capital. Así les va en las encuestas a los Rajoy, Pérez Rubalcaba y compañía. Para desencanto de un electorado cada vez más caro de conquistar, el discurso político español lleva años ofreciendo el penoso espectáculo de cobrar forma a base de la descalificación, el desprecio y, en su versión más intolerante, la negación de las opiniones del contrario. Sobre todo, si este es nuevo e irrumpe en un escenario ideológico que ya tiene dueño. Se tapan así las vergüenzas de gobiernos y oposición, incapaces de conectar con unos ciudadanos que, pese a todo, aún gustan de dialogar, transigir con los pensamientos ajenos y hallar puntos de encuentro con el vecino. De ese modo y no de otro transcurre la vida normal de las personas. Esa de la que tanto se alejan los partidos políticos. Periodista